La reedición argentina de los cuentos completos del cubano Reinaldo Arenas, permite el reencuentro con la obra breve de un enorme, complejo y contradictorio escritor. “Con los ojos cerrados”, reunió, por primera vez en 1972 y en Montevideo, los primeros ocho cuentos que en la década de 1960 había escrito Arenas en su isla natal, cuando era un joven entusiasta y desconocido que, procedente de Holguín –en el interior rural del país- se había radicado en La Habana y sostenía una adhesión militante a la Revolución que terminaba de triunfar.
Eran cuentos potentes, inaugurales, de alta creatividad y fluida escritura que deben haber llamado mucho la atención, porque resulta siempre infrecuente que una persona joven y desconocida logre sorprender con aportes renovadores. Por comparación, podrían recordar (en forma parcial) una cierta forma de escritura de la que se “apoderaría” Gabriel García Márquez a partir de “Cien años de soledad”, pero sus cuentos que abrevaban tanto en el surrealismo como en la realidad de su país, así como en sus costumbres y leyendas, no se escribieron bajo el influjo del colombiano, porque se trató de una escritura independiente y en muchos casos anterior a la de Gabo. Simplemente, ellos no llegaron a tener contactos, dado que casi al mismo tiempo y en geografías diferentes buscaban sus propios caminos.
En cuanto a Arenas, como es conocido, a poco “andar” en términos creativos y personales, sus actitudes rebeldes y provocativas le cerraron muchas puertas haciéndolo enfrentarse con el régimen castrista, a punto tal que fue con presteza apartado de la “nomenclatura”, castigado con dureza (dos años de prisión efectiva, confinamiento en un “campo de reeducación”), hasta que dejó de ser publicado y se intentó que su nombre quedara sepultado en el olvido. Eso, a pesar de la gran calidad de sus textos y a que su novela “Celestino antes del alba” (1967), resultó ser uno de los textos más renovadores que dio Cuba (y que dio nuestro idioma) por aquellos años.
Marginal por definición, Arenas llegó a vivir en un parque público, vio prácticamente toda su obra destruida y por fin fue expulsado desde el puerto de Mariel en 1980, radicándose primero en Miami y luego en Nueva York, donde contrajo sida y terminó suicidándose en 1990, no sin dejar su testimonio/testamento literario, “Antes que anochezca”, un texto desgarrador.
Así termina el desfile
En el primer cuento de esta antología, “Comienza el desfile” (1965), se expresa la celebración por el fin del batistato y el ascenso al poder de los guerrilleros barbudos que habían peleado en la Sierra Maestra liderados por Fidel Castro. Pero esa visión ya es sesgada, puesto que quien habla es un pequeño traidor, quien no hubiera merecido celebrar porque, a la hora de “jugarse” por la revolución no lo hizo. Como suerte de contrapartida, en el último relato de la serie, ya escrito en el exilio, “Termina el desfile”, el protagonista-narrador cuenta lo que fue el asalto a la embajada de Perú, en 1980, de la que participó el propio Arenas, una toma masiva, con mucha represión, que implicó la expulsión de miles de cubanos desde el Puerto de Mariel, entre abril y octubre de ese mismo año. Es decir, el protagonista –que puede ser el mismo del primer relato- cuenta su desilusión, su ruptura definitiva con el propio proceso revolucionario.
Escrita en un corto plazo (entre 1964 y 1968), o sea entre los 21 y los 25 años del autor, la serie de ocho relatos admite múltiples vasos comunicantes: son textos desmesurados, transcurren en el ámbito rural, el paisaje se muestra tan feraz como feroz y resulta notoria la dificultad del protagonista para comunicarse con los otros (en general, con las otras, porque hay pocos hombres-personajes en estos cuentos en gran parte esperpénticos, poblados de monstruos –aunque tengan rostros y actitudes humanas).
“Rosa”, el texto más largo de esta parte del libro es, por comparación, el más “concesivo”, puesto que muestra a través de una propietaria rural los cambios profundos que ha producido la revolución y que ella no termina de interpretar, comprender ni, menos, compartir. En cambio, el resto es desmesura constante, muestras reiteradas de disfuncionalidad familiar, incomprensión, magia, personajes brujeriles (especialmente unas tías que parecen estar en permanente aquelarre) y un lenguaje exuberante, riquísimo, que se corresponde con los “excesos” de estos textos, tan ligados a las novelas fundamentales de Arenas, que transitan por senderos similares: “Celestino” y “El mundo alucinante”, escritas en la misma época.
La desmesura continuará acompañando en el exilio a Arenas, quien se volcará a las novelas (en los Estados Unidos escribirá ocho en total, en tanto reorganizará los textos desperdigados que en su enorme mayoría había perdido –o se los habían destruido- durante su vida en la Isla). También escribió poesía, apuntes de tipo político, ensayos, teatro, memorias y algunos cuentos. Estos últimos, en forma póstuma y con el título de “Adiós a mamá”, se publicaron en libro en 1995.
La madre terrible
Los cuentos que integran esta segunda parte no guardan entonces unidad, ni han tenido esa intención. En su errante vida de una década en los Estados Unidos, durante la cual –apátrida, homosexual- vivió de manera muy irregular (en el video incorporado a esta nota pueden escucharse las propias declaraciones de Arenas que ilustran al respecto), escribió también “a los saltos”, resultando su intención central enfrentar en obra al gobierno y a la política encarnados por Fidel Castro (de quien ofrece la peor imagen en su esperpéntica novela “El color del verano”, publicada de manera póstuma en 1999).
Los relatos son dispares, pero de todos ellos corresponde hablar de “Final de un cuento”, en el que el protagonista lleva con él las cenizas de un amigo que no ha podido soportar el exilio y ha terminado suicidándose. Y las lleva a Cayo Hueso, a la máxima cercanía posible, desde los Estados Unidos, a Cuba, para que simbólicamente su amigo se reencuentre con el mar, con todo lo perdido. Cuento melancólico, bellamente escrito, es también el mensaje crepuscular de Arenas, la despedida conmovedora de alguien que sólo en la muerte debe haber encontrado el sosiego que nunca tuvo en vida.
“Y yo en la sala, ya sin poder oír a Miguel Aceves Mejía. Y yo en la sala, dándome sillón, sin saber qué hacer. Y abuelo regando el flit noche tras noche; sin nada que comer y con esta casa llena de mosquitos, de cucarachas y ratones. ¡Ratones!, cualquier día vendrán silbando hasta mi cama, me tomarán por los pies y me llevarán hacia no sé qué sitio, a sus cuevas oscuras; allá, donde termina el mundo…”.