Solo por el gozoso placer de enterarse, gracias a la pluma de Jack London, que la estrategia del asesino fue echar rapé en la cabeza del domador que, como parte del espectáculo, había de introducirla en la boca del león (provocando, con ello que éste estornudase y cerrase la boca) ya vale la pena adentrarse en este libro que, como todo libro de aventuras en sentido estricto, aviva emociones.
Y es que un libro policíaco es un libro de aventuras, podríamos decir, ‘a mayores’, por cuanto concita al buen lector en aventuras más allá de las propias expuestas, de las emociones transmitidas; son aquellas que el lector añade con su imaginación, con su propio sentido (y aplicación, en la realidad o no) del mal… Un gozo de verdad.
Otro de los contenidos intrigantes de este libro es, desde luego, la narración que tiene como protagonista (principal y secundario) a Arsenio Lupin, ese elegante ladrón de guante de seda que, decepcionado por lo que había encontrado en un apartamento de lujo al que había decidido ‘visitar de incógnito’ creyó oportuno, al salir –a fin de dejar a salvo su reputación profesional y su condición de gentleman-, la siguiente nota al acaudalado propietario: “Volveré cuando las joyas sean auténticas” Una delicia de narración: por el transcurso demorado y sobrio del relato, por el sabor añejo de haber conservado la traducción antigua, por el diseño meticuloso de los personajes y las emociones que se les van suscitando, por la sutileza con que va manteniendo la intriga… Hasta el final, hasta cuando él, el protagonista del robo en el barco, duda si ‘ella’, la casi amante, se ha dado cuenta de cómo él la ha utilizado como involuntario transporte del botín ocultándolo en la funda de una cámara fotográfica. Y ella, mujer con sentido de la dignidad y acaso todavía algo enamorada, deja caer al mar desde su regazo el botín y, por extensión, el objeto potencialmente delator. Es así como triunfa la astucia, la inteligencia y, quién sabe, también tal vez ese enigma llamado amor.
He aquí, pues, una lectura para renovar la inteligencia, para sonreír, para adentrarse en los inacabados pliegues del alma humana. Eso tienen, en el fondo, estos genéricamente denominados relatos policíacos y que son, o podrían ser, una gimnasia necesaria para cualquier lector pensante ‘de bien’