En la Barcelona de 1965 Lali, una niña de doce años, tiene su vida controlada. Su amiga Julia que le llena los fines de semana, sus padres que regentan la pensión del edificio en el que vive y su papel dentro de los cuatro hermanos que conforman la familia. Con su alma de narradora descubre que ese orden se resquebraja por los secretos que guardan sus padres, por el rechazo de su amiga y por el ir y venir de los huéspedes de la pensión.
Es una historia que tiene que ver un poquito con la familia de la autora porque su abuelo tenía una pensión, así que tomó el entorno espacial de la misma y el recuerdo de los hombres desarraigados que llegaban de todas partes de España a Barcelona buscando trabajo para incorporarlos a esta novela, aunque Rosa Ribas aclara que no es la historia de su familia.
Lali está en esa edad en que los niños ya no se creen todo lo que sus padres les cuentan. Es una niña muy inquieta, muy curiosa. Le gustan las historias y estas tienen que tener un comienzo y un final. Por eso a sus doce años las preguntas requieren otras respuestas y son esas respuestas las que le sacan de la inocencia de la infancia.
La protagonista dice sentirse en el ángulo muerto. El hecho de sentirse invisible la convierte en una gran observadora. Ella quiere saber por qué le están ocultando el comienzo de la historia, que a fuerza de darles largas le va cautivando cada vez más.
Los demás personajes mueven la trama. El huésped de la 22 con sus secretos hace que sucedan cosas, pero cuando la habitación se queda libre llegará otro más influyente en el argumento que incluirá las respuestas que Lali necesita, aunque quizás preferiría no haberlas sabido.
El microcosmos de la pensión se agranda en el segundo mundo del Poble Sec con sus límites cerrados, como en la niñez donde el mundo se reduce al colegio, el hogar y unas pocas calles alrededor.
Rosa Ribas se ha sentido muy libre y muy a gusto escribiendo en solitario esta obra después de las dos primeras partes de la trilogía escrita junto con Sabinne Hofmann, Don de lenguas y El gran frío. Se confiesa escritora de brújula y en Pensión Leonardo iba siguiendo lo que la historia le iba dando, pudiendo cambiar el plan inicial.
Su exquisito cuidado por cada palabra, cada frase, incluso cada nombre que otorga a sus personajes sitúa esta obra en su madurez creativa como autora. Una novela intimista, tierna y con ciertas dosis de intriga que cautivará a todo lector que ame la buena literatura.