Se publica por primera vez en castellano, en versión de Güido Sender y con el título de ‘Los reyes del jaco’, la novela negra de Vernon Emile Smith ‘The Jones Men’. Se trata de una novela de culto de 1974 con todos y cada uno de los ingredientes y estereotipos que podemos esperar de un relato sobre el mundo de la droga en una ciudad americana como Detroit. Un plato exquisito para aquellos que quedaron entusiasmados con series como ‘The corner’ o ‘The wire’, cuyos guionistas reconocen el magisterio de Smith.
No falta aquí de nada: las reuniones de los capos negros de la droga en las que corre alegremente la coca; el doble juego de los soplones y confidentes de la policía; el ajuste de cuentas entre bandas rivales; los sanguinarios pistoleros a sueldo siempre del mejor postor; garitos y picaderos en edificios en ruinas; o los infiltrados de la policía jugándose el cuello para pillar a los grandes traficantes con el producto antes de que lo hagan desaparecer por el wáter. Todos los detalles de ese mundo sórdido y violento que el lector está acostumbrado a reconocer en novelas y películas del género, están aquí en su forma original.
La línea argumental que determina la acción la marca la decisión de Lennie Jack y su compañero Joe Rojo, traficantes de nivel intermedio, de desplazar al gran jefe Willis McDaniel de su papel de dirigente de los negocios en el oeste de la ciudad. El conjunto de la maniobra incluye el arriesgado robo de un cargamento de McDaniel en el momento de su entrega, un golpe al mejor estilo del personaje Omar de ‘The wire’. A partir de aquí se desencadena una búsqueda, por parte del afectado y sus secuaces, de los culpables de una acción que cuestiona la autoridad de aquel y pone en peligro su control sobre la venta de heroína en la zona. Una persecución sangrienta que, conforme estrecha su cerco, va dejando el camino plagado de cadáveres.
La perfecta ambientación y el cuidado de los detalles caracterizan un texto en el que, con música de fondo de los Temptations y Marvin Gaye, vemos circular a Fleetwoods, Thunderbirds o Lincolns de colores y decoraciones extravagantes; o pavonearse a sus dueños con peinados afro, abrigos de visón y sombreros de ala ancha, mientras exhiben sus joyas horteras y sus Magnums del 357. Pero, junto a este exótico despliegue, se nos muestra la miserable vida de los yonquis, cuya devastación es el soporte necesario del negocio; y se nos sugiere la presencia de altos representantes de la política implicados en él.
Finalmente, no es un mérito menor conseguir encajar todas las piezas del entramado de intereses, obligaciones y dependencias que definen el submundo descrito por el autor, y hacerlo mientras lleva en volandas al lector a través de unos capítulos en los que la acción se va acelerando conforme se va estrechando la separación entre los momentos del día que marcan sus títulos. El resultado de esta estrategia no es otro que esa sensación de urgencia por continuar leyendo hasta el final un relato tan absorbente como turbador.