Todos conocemos el destino de Aquiles. Quien más quien menos está al tanto de los pormenores de la guerra en la que la tradición le hizo combatir. Y muchos habrán sentido el deseo de acercarse al texto original en el que se desarrolla su aventura, o de poner un poco de orden en la larga lista de personajes que en ella participan y que no siempre acertamos a identificar. Si ese es su caso, la obra de Caroline Alexander subtitulada ‘La verdadera historia de la «Ilíada»’ es la oportunidad para sumergirse en la narración bélica por excelencia, y de asombrarse con la fuerza de unos versos y el dramatismo de una historia más cercanos y conmovedores de lo que su fecha de composición podría sugerir.
Desde la misma introducción la autora deja clara su vocación didáctica al no dar nada por sabido. Los datos geográficos, históricos y literarios que aporta van de los más elementales a, conforme avanzamos en el texto, otros más técnicos y de carácter lingüístico, mediante los que deriva relaciones, sugiere significados o establece influencias. Como doctora en clásicas, será la herramienta filológica la que esgrima con más frecuencia en sus digresiones.
Pero al margen de estas, la estrategia de Alexander es ejemplar: siguiendo el curso de la epopeya nos va narrando la acción como si de un emocionante relato oral se tratara, presentando a los distintos personajes, tanto humanos como divinos, con sus contradicciones, ambiciones y mezquindades. Paralelamente aprovecha para intercalar trozos escogidos del poema que ahora muestran toda su potencia al poder aproximarse el lector con un bagaje más completo. Porque además de genealogías míticas o relatos mitológicos, las historias se analizan en el marco del ciclo épica que rodea a la ‘Ilíada’, que es, a fin de cuentas, donde se encuentran episodios tan conocidos como la muerte de Aquiles o la caída de Troya, no incluidos en el texto homérico.
Con ‘La guerra que mató a Aquiles’, Alexander quiere además resaltar la ruptura que, en esa tradición épica, supone la obra de Homero. Y es que con aquella no encaja la actitud subversiva e independiente de un héroe que se enfrenta a la incompetencia y arbitrariedad de su comandante Agamenón, ni su decidida inclinación a favor de la vida despreciando una posible gloria en combate. La guerra ya no es la ocasión para que afloren las cualidades de los contendientes; ni a la muerte se llega ya con ciega y alegre determinación, sino que alcanza a los luchadores de las formas más terribles. Homero las describe y personaliza a cada una de las víctimas para acercarlas al oyente. La ‘Ilíada’ no es, pues, un canto a las virtudes de la guerra, es una lamentación de su poder destructivo.
Para resaltar la actualidad de este planteamiento y la universalidad de los sentimientos puestos en juego en la epopeya, Alexander nos remite a conflictos bélicos modernos. Porque la actitud de Agamenón tiene su correlato en la ineptitud de los dirigentes militares y políticos durante la Primera Guerra Mundial; la guerra de Vietnam ofrece múltiples ejemplos de objetores que, como Aquiles en la suya, no encuentran razones para jugarse la vida; y el trauma por la pérdida de un compañero, estudiado en ex combatientes de Irak, se manifiesta a través de la misma colérica desolación que afectó a Aquiles tras la muerte de Patroclo.
Pero el dolor más inconsolable y universal es el de los progenitores ante la muerte del hijo: el anticipado de la diosa Tetis que sabe al suyo perdido; el de Príamo que tendrá que retirar el cadáver de Héctor del campamento aqueo; y sobre todo el de la madre Hécuba que, en la impresionante versión de la autora que ocupa uno de los capítulos, llora la muerte de su hijo al que el destino también ha terminado por alcanzar.