Después de varios años, con “La habitación de Nona” la española Cristina Fernández Cubas ha vuelto al género por ella preferido, el cuento. Estamos ante una autora que sabe seducir con sus relatos, historias sólidas y considerablemente convincentes.
Aunque son diversos los personajes que aparecen en sus seis nuevos textos, suelen ser las niñas y/o las adolescentes quienes “abren la puerta” al misterio, a aquello que se esconde, o puede esconderse, tras la apariencia de lo normal. Es factible hablar de los temas que aborda la autora, pero al hacerlo conviene andar con cuidado para no dar pistas innecesarias, dado que lo central es lo que no se debe contar y tiene que descubrir el lector.
Así planteadas las cosas, digamos que “La habitación de Nona” relata la difícil relación de dos hermanas. “Hablar con viejas” se detiene en la situación de una mujer madura que, por encontrarse en una situación económica desesperada, puede tomar decisiones muy perjudiciales. “Interno con figura” muestra a la propia autora visitando una exposición pictórica en la que un cuadro da lugar a una historia posible. Y terrible.
“El final de Babro” se detiene en la relación de tres hijas con la mujer elegida por su padre en sus últimos años de vida. “La nueva vida” vincula el presente de una mujer solitaria con su pasado, amoroso y vital. Por último, “Días entre los Wasi-Wano” narra el complejo vínculo que se establece entre tío y sobrina.
Aunque Fernández Cubas eligió “La habitación de Nona” como el cuento por excelencia de la serie dado que da título al libro, me inclino –en cuanto a calidad y a la inquietud que genera- por “Interno con historia”, cuyo disparador es el cuadro del mismo nombre del italiano Adriano Cecioni, que ilustra el volumen y fuera expuesto en Madrid dos años ago, junto con otros procedentes también de Italia, más concretamente de Florencia, y que representaban a los llamados “macchiaoli” o manchistas, una escuela pictórica de mediados del siglo XIX.
En clave autobiográfica, la narradora cuenta su visita a la muestra. Al describir el cuadro afirma que genera en el espectador una cierta perturbación aunque sólo muestre a una niña arrodillada al lado de una cama. Sin embargo, la obra es ambigua y sobre el particular señala: “Si nos fijamos mejor ya no diremos que la niña está arrodillada o en cuclillas, sino agazapada. O, mejor, escondida. Como si tuviera miedo”.
Pero la historia no se detiene allí, sino que prosigue cuando siete días más tarde la narradora, que se encuentra circunstancialmente en Madrid, vuelve a visitar la muestra coincidiendo con una delegación escolar. Sus integrantes, niñas y niños, observan el cuadro y dan sus interpretaciones, intrascendentes, hasta que uno de los escolares, una niña, ofrece una versión distinta que a todos altera, especialmente a la autora.
“Yo creo que la cotidianeidad no es tan apacible como parece”, manifestó Fernández Cubas en reciente entrevista. Este cuento lo certifica: la muestra pictórica da lugar a “algo más” que emerge de pronto con la declaración de la pequeña escolar. Y con lo que acontece luego cuando se produce un accidente que puede ser algo circunstancial, impremeditado, o resultar algo distinto, concatenado y ominoso, que la autora imagina pero no puede comprobar.
La anulación del tiempo
Un cuento donde no hay menores es “La nueva vida”, en el que autora se expone de manera audaz, exhibiendo sus emociones porque narra el reencuentro presunto no sólo con su pasado sino también con sus fantasmas personales, especialmente con quien fue su pareja, muerto años ago.
Con sus sentimientos a flor de piel, relata un presunto reencuentro, a la distancia, con quien fuera su amado y un amigo de ambos. Einstein fue quien habló de la anulación del presente y el pasado y a él se aferra para explicar lo inexplicable.
Esta breve y sensible ficción es también una exhibición de habilidad para volverse “creíble” al hablar de un mundo inasible. Historias de sentimientos que también informa a “La habitación de Nona”, un texto que mantiene al lector en un error que únicamente quedará explicado en su final. Y que lleva a reflexionar sobre lo leído, quizás a releerlo, pero sin duda a replantearse cuanto se había venido interpretando respecto de toda la historia.
Cuentos diferentes entre sí, cargados de imaginación, algunos con reminiscencias de Poe, otros de Cortázar, Fernández Cubas ha hecho suya la idea de Bioy Casares quien afirmaba con razón que escribir es agregar un cuarto más a la casa de la vida (“sólo que mis habitaciones tiene altillos, espejos y arcones de doble fondo”). Conviene leer a esta autora, seguirla en su rico devenir imaginativo, tomando como guía lo que también ha expresado: “Importa lo que se dice y lo que se oculta”.
“Al principio se me hizo raro. Entrar sin llamar. Todos en casa nos habíamos acostumbrado a golpear con los nudillos, aunque empujáramos enseguida la puerta sin esperar respuesta. Por eso invariablemente sorprendíamos a Nona. Distante, ensimismada, perdida en su mundo secreto. Pero hoy era distinto. Nadie vigilaba el santuario, así que entré sin llamar”.