La segunda novela de Milena Busquets desborda vitalidad, a pesar de comenzar con un entierro y girar alrededor de una pérdida. O quizás por eso, por el contraste que la presencia sombría de la muerte provoca a su alrededor, realzando los contornos de las cosas vivas y consoladoras. Además, ya sabemos de la incómoda pero imparable pulsión erótica que puede surgir en las cercanías de la devastación, ya sea por un atávico e incontrolable instinto de supervivencia, o por la momentánea invitación al olvido que la pasión contiene.
Porque parece que ‘También esto pasará’ está escrita desde dentro de ese lugar en el que la desesperación más dolorosa convoca a los deseos más inesperados, aquellos en los que la autora, a través de Blanca, su ‘alter ego’ en el relato, detecta unos potenciales efectos lenitivos. Y es que, para ella, “lo contrario de la muerte no es la vida, es el sexo”, al que acude con ayuda de algún ex o de su amante actual, dispuestos, ellos y todos los que la rodean, a consolarla por la muerte de su madre largo tiempo enferma.
Y esa madre es la de la propia autora: Esther Tusquets, la escritora que sorprendería, a finales de los setenta, con una trilogía imprescindible que arrancaba con ‘El mismo mar de todos los veranos’, y que desarrolló una ingente labor editorial al frente de Lumen. Una figura emblemática de aquella ‘gauche divine’ catalana de los sesenta cuyos descendientes protagonizan esta historia.
Busquets elige la segunda persona para crear una improbable intimidad entre Blanca y su madre, aunque también la dirige a veces a otros personajes. Todos ellos aparecen descritos con sorprendente precisión, mediante un recorrido por sus rasgos faciales, su apariencia física o su indumentaria, elementos con los que la autora compone una serie de caracteres perfectamente definidos. Por su parte, el tono de la narración es desencantado, con esos golpes de acidez dolorosa que recorre el ánimo de quien, distraído un momento de su desgracia, siente un reflujo de pena incontrolable al recordar la irreparable pérdida.
Pero en ese tono también tienen cabida la ironía, la alegre remembranza o incluso la disparatada comedia de un viaje a Cadaqués donde la narradora, acompañada por sus hijos, se va a reunir con todo su pasado y presente amoroso, con viejas amistades, nuevas promesas y amigas cómplices. Un lugar sobre el que se pregunta si “seguirá allí el mismo mar”, el de los felices veranos de la niñez y adolescencia en los que aún la capacidad de exaltación estaba intacta y asomaba al rostro, pero que “va desapareciendo a medida que desaparecen las ilusiones, las verdaderas, las infantiles, y son sustituidas por meros deseos”.
Así, lo que parecía que iba a ser solo un relato elegíaco, deviene en inventario sentimental de la hija desorientada, cuyo lado más frívolo y egoísta no tiene reparos en presentar la autora en un alarde de sincera autocrítica. Pero, además, se trata de un homenaje a esa generación, la de su madre, de la que Busquets se perfila como digna heredera con un texto pleno de hallazgos y de hermosas páginas de gran literatura.
Y al final, lo que se impone, es el poder de los recuerdos de una vida compartida, y la imagen de una solitaria Blanca esperando el alba junto al mar, “aunque tal vez los amaneceres, como muchas otras cosas, sólo adquieren su pleno sentido de triunfo y redención en silenciosa compañía”.