En nuestras manos tenemos una novela cuya trama es una complicada malla, tejida e hilvanada con primor y dulzura. O mas bien, amasada y cocinada con amor. Como esos algodones de azúcar que venden en las ferias, donde el dulce y blanco elemento pasa a convertirse en una nube vaporosa que se enreda alrededor de un palillo y que degustamos con placer. Sin embargo, el título no debe inducirnos a error. No se trata de una acaramelada historia, si bien hay caramelos en ella. Es una narración dramática, terrible en algunos momentos, dulce en otros, pero de fuerte contextura y muy bien entrelazada. Novela coral, aunque girando sobre un eje: la vida de Inés Belmonte, una mujer de gran fuerza moral, que se ha de enfrentar a los embates de la vida y afrontarlos con pie firme y mano de hierro. Rodeada de un enjambre de personajes de todos los colores, unos ingenuos, otros mezquinos, otros claramente aprovechados y malvados, pero todos verosímiles. Unos dulces y otros amargos. Porque la vida está llena de contrastes y los momentos de felicidad, si existen, son siempre breves y acaban.
Inés Belmonte ha construido su propia vida, “su propia melodía” en palabras de la protagonista. “Una melodía que he ido enriqueciendo con cada anhelo, cada vivencia, con cada uno de mis pensamientos y emociones.” (pág. 474) Y para componer esa melodía, nota a nota, ha tenido que hacer de tripas corazón en muchas ocasiones. Me recuerda a personajes como Mildred Pierce, la heroína de la novela homónima de James M. Cain, también llevada a la televisión. Personajes femeninos que han sabido salir adelante en una vida llena de adversidades. Cierto que, como la misma protagonista reconoce en sus memorias, el destino tiene un papel muy importante en la vida de las personas. Pero es la manera de adaptarnos a lo que nos va sucediendo, lo que no podemos evitar y nos cae de golpe, la manera de torearlo o de afrontarlo es lo que hace de nosotros los protagonistas o los cautivos de nuestra propia vida. Esta es una de las ideas centrales que subyacen en esta narración. Inés elige el amargo protagonismo; Mercedes y Encarna eligen el dulce cautiverio.
Hay muchas clases de amor en esta narración: algunos, sin esperanza, como Don Hipólito, como Delbrel, como Julián, incluso como el propio Eduardo, al principio. Otros apasionados como Humbert y Eduardo, después. Amores de madre, que ven en el hijo la reencarnación del padre desaparecido y le pasan por alto los desplantes; amores de circunstancia, como el de Mercedes y Cipriano; amor filial, como el que Daniel profesa a su madre Mercedes; amores desencantados…y odios desaforados, como el de Juana, el de Roberto, el de Matías, que parece ser el malvado más malo de esta historia.
Y toda esa maraña de amores y desamores está íntimamente trabada con la historia real, con la realidad de una época y de una ciudad, Melilla, cuyo protagonismo es de gran importancia. La autora rinde un sentido homenaje a su ciudad natal en estas páginas. Memorable es, asimismo, la narración de la guerra del Rif y el desastre de Annual. Porque no solo es la narración de los hechos sino también los orígenes de tal situación y la posición que ocupaba Melilla en los movimientos políticos y militares de la región norteafricana. Por medio de la participación indirecta en la historia, se nos revelan detalles terribles y otros que conoceremos al final del libro y que explican partes que quedaron en sombra.
Combina la novela dos tramas: una contemporánea, contada por un narrador omnisciente, comprende una intriga política y judicial que finalmente confluirá en la reconstrucción familiar del pasado común donde el comandante Fonseca y el juez Prieto, buscando un documento cuya ausencia puede generar un grave conflicto territorial, van descubriendo distintos indicios que les llevan a la protagonista principal, cuyas memorias ocupan la parte central de la narración, dando un salto en el tiempo y retrotrayéndonos al comienzo del siglo hasta su mitad. La otra trama, contada en primera persona, la constituyen, por un lado, los recuerdos de Mercedes, y por otro, las propias memorias de Inés, su tía. Y en menor medida, lo que Encarna le cuenta a su hijo Jorge Prieto, una vez que este ha leído las memorias.
La parte central de la novela recrea la guerra del Rif y considero que es la parte más atractiva, y con más fuerza por la tensión y emoción contenida en ella, además de la recreación de aquellos terribles días que acabaron en la matanza de Annual. El ritmo de la novela en general tiene ciertos altibajos, aunque conforme se avanza en la lectura el tempo se hace más rápido. Si hubiera que encontrarle puntos negativos, uno de ellos sería la excesiva cantidad de personajes, que en algunos momentos resulta algo confusa (aunque para soslayarlo, la autora ha incluido un índice de personajes) y otro, que el nexo de unión dentro del conjunto, pudiera tomarse en ciertos personajes como excesivamente forzado. En esta narración todo concuerda, mientras que en la vida hay siempre cosas que uno es incapaz de comprender o no se encuentra la explicación. No obstante, estamos ante una ficción. Y en conjunto, es una ficción interesante, apasionada, entretenida y que cumple con sus objetivos más generales: contar una historia ambientada en Melilla, recreando lugares reales y hechos históricos que componen un fresco muy especial. Y desarrollar unos personajes centrales muy fuertes, atractivos, combinando la dulzura del azúcar y el amargor de la hiel.