Después de la excelente obra La soberbia juventud, Pablo Simonetti vuelve a España para promocionar su nuevo libro Jardín. En la novela anterior fue la aparición de un personaje la que sirvió de detonante para que sus protagonistas quedarán cegados y marcados por su aura. Narrada desde el futuro juzgaba el pasado con la perspectiva de los años. Ese juicio no ha cambiado en Jardín ni tampoco el detonante. Antes era un personaje, ahora es un suceso el que genera las suficientes tensiones en una familia como para sacar a flote todo lo que ha permanecido callado entre sus miembros.
Doce años después de los hechos, Juan, el hermano menor rememora el día en que Franco, el mayor les dijo a su madre y a él: “Recibí una oferta por esta casa -e hizo retumbar el precio entre las paredes de la habitación.” (pág.28).
Luisa Barbaglia, viuda de un marido autoritario concesionario de Honda en la ciudad, tiene en su casa, y más concretamente en su jardin (de ahí el título) su principal fuente de paz. Conoce más de jardinería que las dueñas de los viveros cercanos, y sabe tratar a cada planta de la forma correcta para que esté siempre lustrosa. Fabiola, la primogénita es un cero a la izquierda, mientras que Franco, el hermano mayor es el heredero directo de su padre. “Había vivido más de cuarenta años con el papá y aprendido a disfrutar de los buenos negocios” (pág.59) Por contraste, Juan, una vez reconoció su homosexualidad, quedó apartado del círculo paterno quedando al amparo emocional de Luisa, su madre. “Tú heredaste mis cosas buenas y mis cosas malas” (pág, 99)
Simonetti nos cuenta que vio esta obra al completo, de una sola vez. Por eso la escribió de seguido, y por eso la leemos como un relato largo y bien hilado sobre los conflictos familiares y más aún, sobre los fraternales entre Franco y Juan.
Esa lucha por la casa, por complacer a la mamá, se traslada finalmente al jardín, el cual es necesario trasplantar después de la venta de la casa. Juan se ofrece: “le dije a mi padre que deseaba llevarme todas [las plantas] que fuera posible. Creí darle el gusto de mostrarme deseoso de recibir la herencia que ella quería repartir en vida”. Sin embargo, Luisa tiene ya resuelto el reparto que ha de hacer. La camelia roja, la planta del padre, debe ser para Franco así como otro lote que ella ha seleccionado. Para Juan elige otra planta que le representa: la azalea salmón. Él protesta pero Luisa crea un conflicto cuando decide “Deje de estar pendiente de lo que hace su hermano. Yo le voy a regalar esas plantas a él. Y usted dese por satisfecho. No puede tener todo en esta vida.” (pág. 74)
Esaú y Jacob luchando por los derechos de primogenitura son Franco y Juan luchando por el jardín con una madre que, sin quererlo, en vez de conciliar genera la pugna. La resolución no puede ser salvo dramática, como tristemente sucede dentro de las familias.
“No podemos quitarnos a la familia ni su herencia de encima, no podemos huir de ella. Para bien o para mal siempre estará con nosotros”. Esa conclusión de Simonetti es la que da base y fuerza al libro. Una obra intimista que refleja sentimientos fuertemente atrincherados en los corazones de cada hermano, ante una madre que solo quiere cuidar de su jardín después de habérsele negado su existencia en vida de su esposo.