La oscura lucidez de Mircea Cărtărescu
José de María Romero Barea
Mircea Cărtărescu es, sin duda, uno de los creadores de mayor (y más oscura) lucidez en la historia de la literatura, un fenómeno que, como esa palabra que uno siempre tiene en la punta de la lengua, atrae y al mismo tiempo rechaza la búsqueda de lo que es y significa. ¿Cómo llegar a la literatura de Cărtărescu, en esa zona liminal entre claridad y oscuridad envolventes? Una posible respuesta se puede encontrar en su novela Nostalgia (Impedimenta, 2014. Introducción de Edmundo Paz Soldán).
Sorprendente debut de uno de los escritores más importantes de Rumanía, nacido en 1956, la traducción de su novela de 1989 al castellano nos presenta a un escritor que tiene su lugar en una constelación que incluye los hermanos Grimm, Franz Kafka, Jorge Luis Borges, Bruno Schulz, Julio Cortázar, Gabriel García Márquez, Milan Kundera, y Milorad Pavic, por mencionar solo unos pocos.
A los lectores que abran las páginas de Nostalgia por primera vez les sorprenderá un tsunami de imaginación e inventiva inauditas, dispuesto a anegar toda idea previa de lo que una novela es o debería ser. Aunque cada uno de sus cinco capítulos es independiente y puede ser leído como tal, están regidos por una armonía temática, diríase que hipnótica, que es la misma que se encuentra en los juegos infantiles y la creación mitológica. Todo ello y por extraño que parezca, con el trasfondo de los bloques de vivienda deteriorados de una apocalíptica Bucarest durante los años de dictadura comunista del pasado siglo.
Este viaje, de índole surrealista, lo hacemos en gran parte a través de los ojos de niños o adolescentes, que experimentan ese choque entre realidad y ficción que caracteriza a los mejores relatos de la colección. El capítulo “El Ruletista”, que actúa a modo de prólogo de la colección, no solo es solo la historia de un hombre que se gana la vida jugando a la ruleta rusa, sino la crónica de una transformación: “El Ruletista no es un sueño, no es la alucinación de un cerebro escleroso ni tampoco una coartada. Ahora, cuando pienso en él, estoy convencido de que también yo conocí a aquel mendigo del final del puente, sobre el que hablaba Rilke, en torno al cual giran todos los mundos” (p. 17).
La historia, al igual que la mayor parte de la obra de Cărtărescu, es tanto alegórica como real. Las tribulaciones del protagonista operan en un contenido simbólico y literal, dualidad fundamental para entender el relato. La grandeza del cuento no proviene de la ingenuidad con la que el significado está oculto, sino de cómo sus significados paralelos, a pesar de ser muchos, son tan poderosos que se influyen uno al otro: “El Ruletista no podía vivir en el mundo, lo cual es en cierto modo una forma de decir que el mundo en el que él vivía era ficticio, que era literatura. No tengo ninguna duda, el Ruletista es un personaje. Pero entonces yo también soy un personaje” (p. 37).
La sección “Nostalgia” consta, a su vez de tres capítulos/ cuentos que inaugura “El Mendébil” y en el que se relata la venida de un Mesías-niño. La redención tiene lugar en un bloque de apartamentos, donde viven el protagonista del relato y el narrador, que recuerda su infancia en su antiguo barrio, y sus aventuras con un niño al que apodaban El Mendébil, “sus ojos perfilados por ese pellejito negro, como si tuvieran rímel, su figura ambigua, firme y dulce al mismo tiempo” (p. 60).
El relato contiene muchos de los rasgos que vendrán a caracterizar la ficción posterior de Cărtărescu: un estilo sin adornos, diligente, con impulso narrativo; cambios tonales bruscos; complejos engranajes que incluyen la realidad cotidiana y la pesadilla; castigos crueles y arbitrarios; un mundo que se parece al real, pero en el que la agitación interior de la psique está en la cuerda floja: “Sentía que mi cráneo se disolvía en las llamas del espanto. Solo entonces me he despertado de verdad, pero durante mucho rato, en la noche ligeramente azulada que precede al amanecer, no estaba seguro de no haber pasado a otro sueño. Así pues, si continúo escribiendo aquí, lo voy a hacer por un impulso interior y tan solo para mí” (p. 71).
Los personajes del cuento “Los gemelos”, segundo de la serie, se aíslan por voluntad propia. Historia de amor surrealista y obsesivo entre dos adolescentes, al comienzo de la historia, uno de los personajes, no sabemos si hombre o mujer, se viste y se maquilla para salir. A través de los ojos del narrador, asistimos a la miríada de impresiones que pasan por su mente: “Abrió el botiquín, colgado en la pared opuesta a la bañera. Cogió el tubo de Meprobamar, le quitó el tapón y lo vació en la palma de la mano. Había unas veinte pastillas, exactamente las que necesitaba. Para no fallar, sabía que eran necesarios al menos diez gramos” (p. 90).
La singularidad de su visión literaria, junto a la complicada vida personal del narrador/protagonista, hacen de esta historia una poderosa meditación sobre el arte y la vida: “Caminé largo rato, con pasos menudos, sobre el lago helado, y luego, invadido bruscamente por una oleada de dolor, me agaché y aparté con las manos enguantadas la capa de nieve (…) Estaba solo en medio del mundo helado. Hechizado por aquel mundo nuevo y extraño, me había olvidado de Gina y de todo lo demás. Mirando en las profundidades del hielo, pude ver claramente, enredado en las algas filamentosas, a un niño ahogado” (p. 150).
La sección “Nostalgia” se cierra con el capítulo/cuento “REM”. En él, asistimos al descubrimiento de la realidad por parte de la protagonista: “Estiro mis patas transparentes en la habitación. Tiemblo de deseo, de esperanza. Acecho en la ventana y luego, ágilmente, salto hacia la puerta. Me deslizo entre libros, dejo fuera tan solo mis mandíbulas, de las que se destila veneno. Trajino por el baño y hurgo entre las cazuelas de la cocinita” (p. 199).
La protagonista, una vidente integral sin interés por la realidad, más preocupada por su imaginación, languidece en la oscuridad durante toda su vida, es aplastada por un trabajo burocrático sin salida e, igualmente, por un padre tiránico. Escrito bajo el hechizo de Kafka, con crudas escenas de violencia, la inocente fe de su protagonista en la justicia la deja dolorosamente en manos de la explotación: “A casa de la tía Aura íbamos más a menudo. El camino hasta allí y todo lo que sucedía cuando íbamos adonde mi tía era para mí una aventura rara, la exploración de otro mundo. Las cosas más importantes de mi vida tuvieron lugar en aquel barrio de la periferia de Bucarest. Allí, por lo demás, ocurrió lo único por lo que creo que vine a este mundo, la razón por la que fui elegida: mi entrada en REM” (p. 222).
El cuento “El arquitecto”, que actúa a modo de epílogo, narra la obsesión de Emil Popescu por su nuevo coche, en concreto por el claxon de este, que al principio del relato se ha quedado atascado y suena sin parar, lo que lleva a sus vecinos a la desesperación: “Una patatita golpeó el capó del Dacia y rebotó a un lado. Se la había lanzado alguien desde un balcón porque todo el bloque se había despertado ya y hombres sin afeitar, mujeres sin maquillar y niños sin lavar increpaban a los infelices propietarios del Dacia” (p. 351).
“El arquitecto” parodia algunos de los mitos que evoca la figura trascedente del artista. La fábula desemboca en el fin del universo que conocemos: “El universo envejecía, se había arrugado como un higo. Su materia se desmigaba como el moho. Incluso el espacio interestelar, en otra época flexible, vaporoso (…) se había vuelto áspero y rígido. A través de él avanzaba ahora el arquitecto, como una nebulosa cada vez más extensa (…) emitiendo de manera permanente, como una gran voluntad, sus propios ritmos, imperiosos y nuevos” (p. 374).
Como vemos, la traducción al castellano de Marian Ochoa de Eribe Urdinguio (Bilbao, 1964) logra conjurar el torbellino de alusiones, citas y detalles que caracterizan el estilo de Cărtărescu. La versión de la Doctora en Literatura Comparada por la Universidad de Deusto nos invita a eludir las frustraciones obvias que uno experimenta en la lectura del autor rumano, mientras que subraya el carácter fragmentario de su prosa, esas historias que a menudo desembocan en tragedia, su agudo sentido de la sátira, la defensa a ultranza de la literatura y el arte como una forma de vida.
Las historias a-históricas de Cărtărescu son obras modernistas, pero el suyo es un modernismo transmitido desde los márgenes culturales. Rumanas en lenguaje y cultura, universales en su enfoque, el mayor peligro para la obra sería un exceso de análisis. Con Cărtărescu la respuesta individual es todo, y esta respuesta, de conformidad con Nabokov, se altera de forma significativa en cada relectura. El mejor consejo que puedo dar, entonces, es dejar esta reseña a un lado y ponerse a leer Nostalgia. La oscura lucidez de Cărtărescu nos asegura que sus historias seguirán siendo fértiles tras muchas lecturas. Ya sea por primera vez o por undécima, la experiencia siempre será única.