Hanif Kureishi es, junto a Kazuo Ishiguro, uno de los representantes exóticos, y más jóvenes, de la generación de escritores británicos a la que también pertenecen Julian Barnes, Ian McEwan o Martin Amis. Comprometidos en analizar los nuevos engranajes de la sociedad inglesa con el telón de fondo de una tradición anacrónica pero indestructible, sus miembros más provectos gozan ya del estatus reservado a las vacas sagradas, sin dejar por ello de producir una obra de una solidez y frescura envidiables. Kureishi, por su parte, y recién superados los sesenta, quiere reflexionar en su última novela sobre la situación del autor consagrado cuando ve acercarse el final de su vida y de su arte; sobre el inevitable reflejo de las peripecias vitales del autor en su obra; y sobre el deseo como principal motor de la fuerza creativa.
Para ello elige la figura de un vetusto escritor de origen indio, Mamoon Azam, quizás para conjurar un indeseable futuro, o para mejor ilustrar las dificultades de las minorías a las que él mismo pertenece. Lo sitúa, además, en plena campiña inglesa habitando una mansión con su última mujer, Liana, y con un fiel servicio reclutado entre los miembros de una de las desfavorecidas familias del pueblo cercano. Para reflotar su economía, su editor le ha encargado al joven Harry Johnson la confección de una biografía del encumbrado autor, con el punto justo de escándalo que permita compatibilizar las exigencias de discreción de Liana con la satisfacción del morbo de los lectores.
Harry intentará definir la figura del escritor a partir de los diarios de su malograda primera esposa o de las aportaciones de su antigua amante americana: una mujer abandonada después de perderlo todo, y de la que el biógrafo espera obtener las revelaciones más escabrosas. Porque el propio biografiado está más deseoso de olvidar que de remover el pasado, e incluso le exigirá a aquel reciprocidad a la hora de desvelar intimidades, provocando, de paso, la reactivación de los recuerdos de Harry. Sabremos, así, del sufrimiento causado a su padre psiquiatra por los alegres devaneos de su mujer y su postrera locura, así como de sus dilemas profesionales y esperanzas de futuro.
Sin embargo, el relato mantiene un divertido tono de comedia de enredo, sustentado en las situaciones propiciadas por la descontrolada actividad erótica de sus protagonistas, y por la presencia de unos personajes estrafalarios, como la madre alcohólica de la joven Julia, que sirve junto a su hija en la mansión; el hermano de esta: un violento skin y traficante que detesta el islam; o Alice, la novia de Harry, de padre esquizofrénico, y cuya llegada supondrá un revulsivo para la declinante vida de Mamoon.
Podemos pensar que el personaje de Kureishi es una caricatura de ciertos autores de origen indio como Salman Rushdie, con el que aquel comparte el contenido transgresor de sus textos, las prohibiciones y amenazas de integristas o la atracción por jóvenes cercanas al mundo de la moda y los medios; pero también exhibe rasgos del Nobel V.S. Naipaul, como la oscura relación de ambos con su primera mujer. Aunque, en realidad, Mamoon viene a ser la representación de una generación que da sus últimos coletazos, una imagen paterna de la que hay que aprender, pero a la que, para Harry, hay que derrotar, tanto en el terreno sexual como en el literario.
Un texto, pues, con reminiscencias de Evelyn Waugh y Wodehouse, pero que incide en el papel creador del artista al que presenta como seductor, pero también como rival de Dios y ladrón del fuego divino: un sufrido héroe al que le compete mantener “la llama de la disconformidad viva en los hombres y las mujeres”.