Esta es la primera novela del autor, que ahora vuelve a editar y publicar de nuevo, cuando ya tiene en su haber tres novelas más publicadas. Sin embargo, a pesar de ser opera prima, la narración es fresca y bien escrita, la estructura amena y llena de humor. Si algún rasgo es llamativo o característico de esta obra, es su murcianidad. Cualquiera puede leer y disfrutar de la novela, pero si es murciano o conoce Murcia por haber vivido allí un tiempo, estoy segura de que captará mucho mejor el espíritu que inspira toda la historia.
El motivo de que se vale el autor para desarrollar el relato es el devenir de una talla dieciochesca, desde que sale de las hábiles manos de Roque López, discípulo de Salzillo (el gran escultor murciano de origen italiano), hasta que llega a las manos o más bien, a la presencia y conocimiento del narrador contemporáneo.
La talla es una cabeza de Niño Jesús, destinado a estar en brazos de una Virgen del Rosario para la iglesia del mismo nombre en Murcia. Era costumbre, desde esos y anteriores tiempos, moldear solo cabeza y manos, que asomarían de las vestiduras con que la devoción popular cubriría un armazón de maderas que, cual esqueleto, soportaría el conjunto de la figura. De ahí las damas que, no casándose, se quedaban a “vestir santos”. De estas hay varios personajes en la novela.
Pues bien, alrededor de ese conjunto religioso, pasean múltiples personajes, con lo que la novela deviene coral, personajes cuyas historias particulares nos son contadas, hilvanándolas unas con otras, siempre alrededor de la Virgen del Rosario y su Niño. Pasan los años y pasan los siglos; las historias engarzadas con aguja e hilo fino bordan un dibujo de la sociedad murciana y española desde el siglo XVIII a la actualidad. Como ya mostró el gran artista Goya en su imagen de los dos mozos peleando a garrotazos, lo que resulta de ello es un tapiz cainita: en el siglo de la ilustración, de las luces, convive la ceguera beata y santera religiosa con el anticlericalismo más feroz. Son, en realidad, dos caras de una misma moneda: las posturas exacerbadas conllevan su contrario. Una sociedad en exceso beateril y santurrona crea y comparte lugar con el ateísmo militante. Y de un modo u otro, la religiosidad, defendida o atacada, está presente en las vidas humanas. Vidas que, por otra parte, se nos muestran, tanto unas como otras, con socarronería, con retranca y un humor a veces algo negro, e incluso algo escatológico, pero hilarante. La picaresca, tan tradicional en la sociedad hispánica, está presente a su vez, creando situaciones delirantes.
La historia que nos cuenta López Mengual es la historia reciente de Murcia. La historia humana, la de los murcianos de a pie, no tanto la historia de los hechos políticos, que también, puesto que estos forman el telón de fondo de las andanzas y desventuras del Niño. Niño que pasa de mano en mano, que va y viene, y que a todos mira con una sonrisa un tanto burlona.
Bandidos, secuestradores, guardias civiles, damas engañadas, amores encubiertos, falsos milagros, párrocos y curas de distintos intereses, revueltas sociales, procesiones, guerracivilismo, chaqueteros y demás, forman el sabroso aliño de esta sopa literaria. Amén de personajes importantes, como ministros, papas, generalísimos…etc. Todo ello tratado con mimo y cariño, sin tomar explícitamente una postura, salvo la de mostrar las dos caras de la vida. Pero paseamos por los pueblos de la región, por las calles de la ciudad, nos suenan los nombres, nos suenan los apellidos, las expresiones, el lenguaje en general y ese humor entre negro y pimentonero tan murcianico.
Es una lástima que un escritor del nivel de López Mengual tenga que recurrir a la autoedición