La angustiosa soledad de Mark Watney, el protagonista de ‘El marciano’, la primera novela de Andy Weir, es de dimensiones similares a la que soportan los personajes que interpretan Sandra Bullock en ‘Gravity’, o Matt Damon en ‘Interstellar’. En este caso, Watney ha sido erróneamente dado por muerto y abandonado por sus compañeros de misión en Marte, dejando tras de sí el campamento base y un par de vehículos de superficie mientras huían de una peligrosa tormenta de arena. Lo que Weir nos propone es una celebración de la capacidad de superación del ser humano en las condiciones más adversas: un potencial que deja ago el simple instinto de supervivencia y que puede activarse al menor indicio de esperanza.
Y es que Watney tendrá que poner a prueba sus conocimientos científicos si quiere sobrevivir hasta la llegada, al cabo de cuatro años, de la próxima nave tripulada, con la que espera contactar en un punto situado a 3200 kilómetros de su posición actual. Necesitará ocuparse, pues, del problema de la alimentación, que intentará resolver aprovechando su preparación como botánico; y del reto energético que supone mantener en funcionamiento los sistemas vitales mientras realiza la peligrosa travesía. Incluso no descartará la posibilidad de establecer contacto con la Tierra.
Aunque lo más llamativo de la narración, lo que la hace diferente de una simple historia de supervivencia, son las minuciosas descripciones de procesos químicos, estrategias de cultivo, aprovechamiento de recursos y cuestiones de física marciana, que va anotando el perdido astronauta en un diario reservado a posibles lectores del futuro. Pero lo que es un aliciente para lectores con inquietudes científicas, puede ser una rémora para otros muchos, sobre todo si se cuela alguna que otra inconsistencia. No obstante, siempre es posible seguir el relato sin necesidad de asimilar toda la información técnica, aunque eso impida admirar plenamente las ingeniosas soluciones del protagonista ante dificultades aparentemente insuperables.
No menos sorprendentes, por inesperadas, son las divertidas ocurrencias que el autor atribuye a un supuestamente atribulado Watney al que las situaciones más desesperadas no hacen perder el sentido del humor.
En el lado convencional de la balanza, el que lleva el texto al terreno más trillado, están los estereotipos encarnados por los responsables de la NASA y por los otros miembros de la tripulación: la parte militar a cargo de un intrépido piloto y una experta comandante acosada por el sentimiento de culpa; la civil, compuesta por un químico alemán como representante europeo, una joven informática, y un médico y biólogo al que esta no le es indiferente. Unos personajes, unas situaciones y un argumento claramente construidos con un ojo, si no los dos, puestos en Hollywood.
Como señala en el prólogo Miquel Barceló, el experto en Ciencia Ficción y autor de una conocida guía de referencia, la rama ‘dura’ del género, aquella que quiere dar soporte científico a los avances tecnológicos que sitúa en el futuro, no está en sus mejores momentos. Quizás porque, en ese terreno, el futuro se convierte en presente con excesiva rapidez últimamente, resultando más cómodo derivar los contenidos hacia el territorio de la fantasía atemporal o de la distopía en un tiempo cercano. ‘El marciano’, con su voluntad de rigor y a pesar de sus excesos, se presenta como heredera de aquellas obras de ficción científica clásica, y, en cualquier caso, concede al lector la posibilidad de disfrutar de una divertida aventura.
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