Por Benito Garrido. «El día de la muerte del cura Lubencio el cielo se puso rebelde y se alborotaron las nubes sobre las peñas más altas y un aguacero que parecía llegado del otro mundo cayó sobre el pueblo como una afrenta y convirtió los caminos en torrenteras de fango, desbarató los ánimos de las hortensias, precipitó las gestaciones y anticipó los partos, reventó los muros del cementerio y dejó en el aire el olor del tuétano de los muertos y el olor de la sangre de los partos prematuros, y también dejó en el aire, aquella tormenta que nadie había previsto, el olor de la tierra que nunca recibe la luz del sol». El escritor asturiano Fulgencio Argüelles nació en 1955. Después de una larga estancia en Madrid, donde estudió psicología, regresó a Cenera, Asturias, el lugar de su infancia y juventud. Su primera novela, Letanías de lluvia, recibió el premio Azorín en 1992. Desde entonces ha publicado varias novelas entre las que cabe destacar: Los clamores de la tierra (1996), Recuerdos de algún vivir (Premio Principado de Asturias 2000), o El palacio azul de los ingenieros belgas (Premio Café Gijón 2003). No encuentro mi cara en el espejo es el último trabajo de un autor que vuelve a demostrar su enorme calidad literaria a la hora de contar historias. Una estupenda novela de gran musicalidad y latente evocación donde los personajes se muestran como uno más de los vivos y potentes paisajes que Argüelles sabe recrear con maestría. La amistad, la desazón, el amor, la tradición, el tedio, la guerra, las preguntas que inquietan, los reflejos que no se quieren ver, la necesidad imperiosa de comunicarse… temas clave que conforman un libro que parece haberse escrito para habitar nuestra memoria. . María Casta y su hijo adolescente Edipio se defienden del azote de una tormenta inclemente que se produce el mismo día en que muere el anciano cura Lubencio. Varios acontecimientos, como la llegada del nuevo cura, la aparición del primer armario con luna o el anuncio del comienzo de la Guerra Civil, determinan la vida del pequeño pueblo minero de Peñafonte, aislado del mundo y ahogado por la humedad de una lluvia incesante. . P.- ¿Por qué tanto tiempo transcurrido desde su anterior novela? ¿Qué supone este nuevo ejercicio literario? Mi última novela, A la sombra de los abedules, se publicó en 2011. Tres años no me parece un tiempo excesivo para una novela. El proceso de construcción de una novela debe ser pausado, convincente y preciso. No es un asunto de horas, sino de maduración de ideas, de conocimiento de los personajes, de búsqueda de ritmos y de palabras. Escribir una novela no es sólo contar una historia. Este nuevo ejercicio literario, como usted lo denomina, es un paso más en la búsqueda de la belleza, la pretensión de una reflexión sincera sobre nuestra condición de seres esperanzados, dubitativos y temerosos. P.- Vuelve a la tierra lluviosa en que los sentimientos son tan fuertes como las tormentas. ¿Imaginario propio de Fulgencio Argüelles? Ya en mi primera novela, Letanías de lluvia, quedó de manifiesto que el paisaje era un personaje más de la historia. El clima en el que crecemos y vivimos nos condiciona. Nuestra forma de ser y de estar en el mundo no es la misma en un desierto a más de cuarenta grados (que se lo pregunten a aquel señor Meursault, de Camus, o al matrimonio Port y Kit Moresby, creados por Bowles) que en una selva húmeda o en un territorio lluvioso. La lluvia y el barro, la humedad y el musgo, formaron y forman parte de mi vida, y también de muchos de mis personajes. Pero es cierto que la tormenta con la que se inicia esta nueva novela es una metáfora de lo incontrolable, de lo que llega de fuera y no comprendemos, de lo que nos cambia la vida y, no obstante, no podemos explicar. P.- Habla de la amistad y del amor, ¿ambos pueden quizás redimir al hombre de cualquier egoísmo o incomprensión? Son dos pilares esenciales para mantener cierto equilibrio, para que nuestra existencia no sea un barco a la deriva. Esta es una novela de amores, de las diferentes manifestaciones que tiene el amor, porque el amor es único, es siempre el mismo, pero se manifiesta de diferente manera. Pero quise hablar, sobre todo, del poder de la conversación. Conversar es saludable, posible, reparador, y, además, a través de la auténtica conversación podemos cambiar al otro razonando y tenemos la oportunidad de cambiar nosotros mismos escuchando, eso que está tan mal visto y que, sin embargo, es imprescindible para crecer. Es bueno cambiar para mejorar y la conversación es una herramienta valiosa que está en claro desuso, porque ni siquiera en las escuelas se enseña a conversar. Y una conversación puede evitar una guerra. P.- La guerra civil como telón de fondo nos recuerda los grandes errores del hombre. ¿Nunca nos cansamos de equivocarnos? Una y otra vez la especie humana comete los mismos errores. La presencia constante de guerras en el mundo en cualquier época de la historia lo evidencia. En esta novela la guerra está al fondo del escenario. Se va hacia ella o se vuelve de ella. El que vuelve de la guerra ya es una persona cambiada, diferente. Pero la guerra es un pretexto argumental para hablar de la intransigencia, del fanatismo, para explicar que cualquiera pude ser lo que otro semejante es, que la verdad absoluta no existe porque quienes la nombran, la defienden o la buscan son seres humanos que dudan, que no escuchan, que se equivocan. Nunca nada es lo que parece. P.- Esa madre que habla con su hijo con la naturalidad que da lo necesario. ¿Quizás se ha difuminado con el tiempo la capacidad íntima de comunicarnos? Como le decía, en esta novela es importante la forma en que podemos comunicarnos, a través del amor, de la amistad, de la buena vecindad, utilizando las manos, el cuerpo, la mirada, la palabra. La relación de una madre con un hijo es el origen de todas las comunicaciones. La primera imagen que interiorizamos y sobre la que se construye todo un mundo interior es la sonrisa de nuestra madre. El “yo” nace con la sonrisa devuelta por el niño a la madre que sonríe. El protagonista tuvo y tiene la sonrisa de la madre, su calidez, su amor, incluso su cuerpo evidente y cercano, pero le falta la realidad de un padre, cuya ausencia nadie le explica. Él busca en el espejo vivo que miente la imagen del padre que no existe a través de su propia imagen. Para el adolescente la propia imagen siempre es dudosa, descarada y desconcertante porque está llena de preguntas. P.- Y sin embargo, sí se han fortalecido esos rumbos que toman los rumores y habladurías que en el tiempo de tu novela eran tan dañinas. Mis novelas se sustentan en la tradición oral. La oralidad determina mi literatura y las historias escuchadas a los más ancianos y, sobre todo, su interpretación mágica de cualquier acontecimiento o realidad, configuran mi manera de contar. Siempre interpretamos la realidad desde nuestra subjetividad de personas temerosas y en ocasiones el resultado es demoledor. P.- La llegada del nuevo cura o el descubrimiento de un espejo como señales de la inevitable ola de cambios que está por llegar. ¿Cambios a los que no se puede volver la espalda? El primer armario con luna que llega al pueblo (acontecimiento basado en esa tradición oral de la que hablo) supone un cambio, una mejora, una ayuda, pero también acarrea vanidades y envidias, y por lo tanto desastres, como en cualquier paso o escalón del denominado progreso humano. Avanzamos a trompicones y en cada avance alguien es feliz y alguien es desgraciado. Es como si el mundo buscara siempre compensaciones. El espejo es como la luna, algo hermoso e inalcanzable, pero no siempre refleja lo que esperamos que refleje, incluso del fondo del armario puede surgir una mariposa negra cuya sombra es capaz de ensombrecer el mundo, o al menos así lo interpretan algunos, porque todo es interpretación. P.- ¿Realmente es la vida (como dice en su novela) una carta que llega tarde desde muy lejos? Casi siempre llegamos tarde, aprendemos a vivir y a valorar lo importante cuando apenas nos queda tiempo. El aprendizaje es demasiado largo. Pero también juega un papel importante el azar. El azar es quien gobierna y, a veces, ni siquiera nos envía las cartas o hace que se pierdan en el camino. P.- Textos muy largos de una gran musicalidad y latente evocación. ¿Es así como concibe la novela, en comunión continua con la poesía? Como decía antes, para mí escribir una novela no es sólo contar una historia. A veces encuentro la palabra o la expresión adecuadas para expresar lo que quiero, pero eso no me basta, necesito el sonido, el ritmo, la musicalidad. Cuando mi abuela me contaba sus historias, no sólo esas historias decían cosas, además sonaban bien, su voz me envolvía y me arrullaba, me acariciaba. Así quiero yo que sea mi escritura. No sé si lo conseguiré, pero siempre lo intento. Eso no sé si pertenece o no a la poesía. Es la expresión de un sentimiento de pertenencia y de un deseo de aproximación. P.- Personajes atractivos que impresionan y atrapan, ¿cómo se los plantea a la hora de dibujarlos? ¿Los toma del mundo real? Nunca comienzo a escribir hasta que los personajes elegidos para expresar las ideas propuestas son como vecino o amigos que conozco de siempre. Les doy un nombre, los imagino de una manera determinada y día tras día y noche tras noche converso con ellos, los observo, los escucho. Cuando ya sé quiénes son elijo una época y un paisaje, tomo la pluma y me dejo llevar por ellos. Si conoces muy bien a tus personajes todo resulta más fácil. Entonces, el argumento carece de importancia. No quiero que mis personajes sean reales, pero sí creíbles o posibles. P.- Ahora que estás de nuevo en librerías, ¿cómo ves el mercado editorial? ¿Y la calidad del panorama literario actual? Los escritores estamos ninguneados, como los creadores en general. La creación es subversión, es un impedimento al pensamiento único, por eso no interesa la cultura. Los mitos, es decir nuestra historia, y las artes y la poesía, el origen de las palabras, la filosofía, etc, se eliminan tan sutil como irremediablemente de los programas educativos. Al sistema sólo le interesan especialistas tecnológicos, gente que sepa como nadie fabricar un tornillo exclusivo o construir una conexión electrónica, aunque no separa de nada más, aunque no sepa hablar o pensar. Y encima, cuando a ese especialista o a su cuñada o a su jefe o a su representante político se les ocurre leer un libro o ver una película o escuchar un concierto van al mercado libre, ilegal y universal y lo roban. Y además, presumen públicamente de ello, porque lo han hecho con la tecnología más sorprendentemente moderna y eficaz. P.- ¿Está ya con algún nuevo trabajo que no haga esperar mucho a sus lectores? Estoy con otra novela que habla del arrepentimiento. Pero no hay plazos para terminarla, como dije antes, es un proceso que nada tiene que ver con el calendario o con el reloj.
1 comentario en «No encuentro mi cara en el espejo de Fulgencio Argüelles»
Los comentarios están cerrados.