“Lo importante es la fachada, la ilusión de que todo va bien”. Se ha destacado ya este párrafo de “La mujer de un solo hombre”, la única novela que escribió la canadiense A.S.A. (Susan) Harrison, pero permítasenos la reiteración porque resulta una perfecta síntesis de que se ha propuesto contarnos su autora: el juego de las apariencias, la hipocresía de la normalidad.
Novela de gran éxito y de muy escasos personajes, Harrison la hace transcurrir en un lapso de veinte años, que son los que han vivido en pareja la psicoterapeuta Jodi Brett y el constructor Todd Gilbert, a quienes el lector “sorprende” en los momentos en que la relación sufre un quiebre y ambos, especialmente la mujer, deben rever sus vidas, de punta a punta, porque de pronto todo ha mutado y las cosas repentinamente han dejado de ser.
Todd es quien provoca el cambio abrupto de paradigma, porque se enamora de la hija de su mejor amigo y decide (más bien lo deciden los hechos y, de manera especial, su nueva y joven pareja), abandonar a Jodi luego de veinte años de convivencia. Léase bien, convivencia y no matrimonio. Y es el hecho de no estar casados aquello que mueve el piso de Jodi, algo que no termina de asimilar y que la lleva a adoptar medidas desaconsejables, que no es el caso ventilar en esta nota.
Harrison va desarrollando la novela en las que alternativamente “Ella” y “Él” son los protagonistas, aunque no narra en primera persona sino que apela a la tercera persona del singular, como una manera de tomar distancia y poder contar con mayor objetividad las luces y las sombras de Todd, hijo de católicos y de padre alcohólico (muchas veces brutal), así como las de la psicoterapeuta, quien formara parte de un hogar en el que prevalecía el fingimiento, lo aparencial. Esto lo ha heredado férrea, profundamente, una forma de entender la existencia que la perturba, y cómo, a la hora de asimilar las nuevas realidades.
Con el adicional de que Jodi demora en aceptarlas y, más aún, en encararlas, todo lo cual enrarece una situación de por sí compleja, en la que las emociones cobran un papel determinante.
Porque todos aman, y aman mal, de una manera mezquina, autorreferenciada, es decir atenta a las emociones personales, pero no a la comprensión del otro, en toda su hondura, en toda su complejidad. Le ocurre a Todd, que se empecina con la joven Natasha (a la que dobla en edad, en experiencia, pero no en sabiduría), a pesar de la serie de “signos” ominosos que se niega a ver y asimilar. Le ocurre a Natasha, que se empecina en la relación, contra el viento, la marea y la sensatez. Le pasa también a Dean Kovacs, el padre de la muchacha, dispuesto de una manera obsesiva a deshacer la nueva relación de pareja. Y le ocurre centralmente a Jodi quien, por no aceptar la realidad en toda su amplitud y actuar en consecuencia de una forma práctica y madura, comete múltiples errores.
Más psicológica que “novela negra”, atenta (de manera sutil, muy elaborada), antes que nada a los estados de ánimo que a otra cosa, con escasa acción, “La mujer de un solo hombre” aparece como “colada” en una colección dedicada al thriller que, además, se ha iniciado con dos buenas muestras de literatura noir: “Galveston”, de Nick Pizzolatto, y “La entrega”, de Denis Lehane. Pero más allá de que no se ajuste estrictamente al canon, la novela de Harrison también habla de hechos criminales, de acciones límites, de que algo oscuro e inquebrantable se impone en el corazón de los humanos.
Harrison había publicado previamente unos ensayos ajenos a la ficción. Su primera novela tuvo una edición limitada pero de inmediato el boca-a-boca hizo que despertara el interés de los grandes sellos por ese texto. Ella, lamentablemente, enfermó y aunque supo del impacto que “La mujer de un solo hombre” estaba provocando, no pudo disfrutar del éxito porque falleció antes de que se produjera el lanzamiento internacional de la novela. Una verdadera pena.