De los peligros latentes en el uso interesado de las tecnologías de la información y comunicación, nos vienen advirtiendo desde hace tiempo. De su descontrolada expansión sin atender a posibles daños colaterales, vamos siendo cada vez más conscientes. Porque ya sabemos lo provechoso que es rastrear los movimientos de los consumidores virtuales por la red y los beneficios que puede generar la venta de esa información. Pero Dave Eggers va más allá en su última novela, reincidiendo en el viejo dilema de hasta dónde estaríamos dispuestos a sacrificar nuestra privacidad en aras de resolver problemas endémicos de la colectividad. Y lo hace concibiendo, en un futuro inminente, una gigantesca corporación capaz de asumir y desarrollar todo tipo de proyectos tecnológicos que conduzcan a la globalización extrema: el Círculo.
Entre sus miles de empleados se encuentra Mae Holland, recién llegada del deprimente sector público y adscrita inicialmente a Experiencia del Cliente, el lugar donde se resuelven las consultas de las empresas cuyos intereses en la red gestiona el Círculo; una de las muchas dependencias distribuidas en un campus que alberga a miles de empleados. La dinámica de la compañía y su carismática dirección recuerdan las de otras empresas reales del sector, en las que la savia de una juventud informal y entusiasta es el motor de la creatividad sin límites.
Una de las señas de identidad de la corporación es la obsesión por la comunicación entre los empleados, mediante una red interna, y de estos con el exterior mediante las redes sociales, cuyo control corresponde ahora al Círculo después de fagocitar Google, Twitter y Facebook. El otro objetivo esencial es la transparencia, cuyas virtudes se ilustran desarrollando programas de prevención de la delincuencia, como la implantación de chips en niños para evitar secuestros, o la ubicua presencia de diminutas cámaras que emiten en directo y que también pueden servir para denunciar sistemas totalitarios. Esa transparencia puede llevarse al extremo de la exhibición transportando una cámara de transmisión permanente, desterrando así, de forma definitiva, la corrupción en el caso de los políticos, y cualquier comportamiento reprobable en el del resto de ciudadanos.
Todo un arsenal tecnológico al servicio del control del individuo y de la perfección de la democracia entendida, en última instancia, como la participación universal mediante la expresión instantánea de opiniones a través de la red, seguida de la inmediata realización del deseo de la mayoría. Un mecanismo ciertamente útil si no fuera por el desprecio de las minorías disidentes y por la posibilidad de manipulación de la opinión pública, sobre todo si está sumergida en una corriente de pensamiento único.
Mediante una precisión a la que no es ajena la traducción de Javier Calvo, y de la mano de minuciosas y repetitivas descripciones, Eggers nos sumerge en el estresante ambiente de trabajo de Mae dominado por la cuantificación, ya sea de sus constantes vitales, de su actividad en las redes o de su valoración por los usuarios, integrándola en un sistema de rankings que espolea tanto como embrutece y aliena. Además, la sensación de verosimilitud que transmite todo el texto produce verdaderos escalofríos al asistir a la imparable propagación del influjo del Círculo, e imaginar a la humanidad convertida en una gran secta dispuesta a imponer su ideario y a reconducir al descarriado. Una humanidad cada vez más infantil en su exigencia de afecto y consideración al comunicarse mediante las redes, cuyo carácter expresa uno de los previsibles personajes que se resisten a la dictadura digital: “gente hablando de otra gente a sus espaldas. Eso es la gran mayoría de las redes sociales (…). Vuestras herramientas han elevado los cotilleos, los rumores y las conjeturas al nivel de la comunicación válida de masas.”
La inquietante novela de Eggers es, pues, una distopía orwelliana en la que el secreto es pernicioso y la memoria infinita, porque de la nube no se borra nada y el anonimato es imposible, y en la que los sueños de democracia perfecta parecen avocados a convertirse en asfixiante pesadilla.