Para conmemorar el centenario del nacimiento de Bohumil Hrabal, Nórdica libros ha publicado ‘Clases de baile para mayores’, el monólogo incontenible de un anciano que va desgranando sus recuerdos ante una joven, como quien le ofrece el único capital acumulado a lo largo de su vida entera. Durante la suya, Hrabal tuvo que acostumbrarse a subsistir bajo la opresión sucesiva del invasor nazi y del gobierno estalinista, quedando en su carácter un poso de estoicismo que se filtrará en sus textos suavizado por el humor más escatológico. Una vida que, por sus padecimientos, podría simbolizar la de su propia patria, cuya literatura encarna como pocos autores logran hacer con la cultura a la que pertenecen.
Porque en ‘Clases de baile para mayores’, y por toda la obra del autor checo, podemos encontrar el discurso alucinado y envolvente de Kafka; la sátira antimilitarista de Hašek y su buen soldado Švejk; o la diatriba contra el antiguo régimen imperial de Ladislav Klíma, el excéntrico autor de cuya obra transgresora e iconoclasta se sentía heredero Hrabal. Una cita de aquel sirve precisamente de pórtico al derroche verbal, heredero de una oralidad primigenia, al que se entrega aquí el protagonista de la narración.
Ese contar historias a bellas jóvenes, avisa el orador a su interlocutora, no es exclusivo de su vejez, lo lleva practicando desde siempre. Y relatar esas ocasiones es la forma que encuentra para ponerla al tanto de su animada vida erótica, demorándose en detalles escabrosos o en situaciones patéticas, trances de los que salía airoso trayendo a colación algún oportuno párrafo de ‘El libro de los Sueños’ de Anna Nováková, uno de sus textos de cabecera. El otro era ‘La vida sexual sana’ de un tal Batista, cuya presencia en el discurso es tan recurrente como la de aquel, y que le sirve para interpretar las miserias de la vida matrimonial durante el antiguo régimen.
La añoranza de ese tiempo, el del Imperio Austrohúngaro, a pesar de sus estrecheces en comparación con el dispendio actual, se entremezcla con anécdotas de su vida militar; con el relato de sucesivos empleos como zapatero y cervecero; o con la minuciosa descripción de las hermosas etiquetas que adornaban artículos ahora en desuso. Pero también tienen cabida las historias truculentas, macabras o simplemente esperpénticas, como la del sepulturero que hervía cadáveres para sus cerdos; la madre que fileteaba a su hija; o la de los trenes que, atravesando velozmente las estaciones, arrollaban todo lo que no se apartara de su camino mientras un guardabarreras les saludaba en posición de firmes.
El personaje de Hrabal hace, pues, balance de su vida a través de un relato subjetivo, que no encuentra el contrapeso de una mirada exterior y clarificadora sino hasta las páginas finales. Un texto este más cercano a las vanguardias del momento de su publicación, los prodigiosos sesenta, que el de estructura más clásica ‘Trenes rigurosamente vigilados’, la novela cuya oscarizada versión cinematográfica acabaría popularizando la obra de su autor.
En otro de sus textos esenciales, ‘Una soledad demasiado ruidosa’, el narrador, cuya vida ha estado dedicada a la dolorosa destrucción de libros, afirma: “todos los inquisidores del mundo queman los libros en vano, porque cuando un libro comunica algo válido, su ritmo silencioso persiste incluso mientras lo devoran las llamas, y es que un verdadero libro siempre indica algún camino nuevo que conduce más allá de sí mismo”. Bohumil Hrabal no dudó en dedicar su vida a escribir ese tipo de libros: resistentes tanto a las llamas del tiempo como a la furia de los inquisidores.