“¿Dinero…? – con voz susurrante. – Papel, sí. – Y no lo habíamos visto nunca. Papel moneda. – Nunca vimos papel moneda antes de venir al este. – Nos pareció rarísimo cuando lo vimos por primera vez. Inerte. – Parecía increíble que valiera algo. – Sobre todo, después de ver la forma en que padre hacía tintinear las monedas. – Eran dólares de plata (p. 7)”. Asistimos, con una mezcla de asombro y desconcierto, al diálogo inicial de dos personajes anónimos. Con la sola ayuda de lo que estos dicen (y callan), la lectura se abre paso a través del dolor y la rabia de esas voces innominadas que denuncian los excesos de un mundo cada vez más mercantilizado.
La novela Jota Erre (1975, Sexto Piso 2013) se estructura en el continuo dialogar de sus criaturas; se sostiene sobre una narración sin trama aparente, división de capítulos o párrafos; se diría pura alucinación, en la que el entretenimiento reemplaza al arte y la imitación sustituye a lo auténtico: “– Se perdió, si es que alguna vez fue proferido; la figura corriendo por el pasillo llegó al piano cuando éste estallaba con el motivo de El oro del Rin, que provocó que la pila de sillas cayera como una cascada sobre el escenario, haciendo que las doncellas de Rin se lanzaran en desorden a perseguir al enano que, de hecho, parecía saberse bien su parte y se había apoderado del oro del Rin” (p. 59).
La sátira del norteamericano William Gaddis (1922 – 1998) sobre el ascenso y la decadencia de las grandes empresas norteamericanas ocupa 1133 páginas de diálogo ininterrumpido que dejan entrever la historia del colegial de 11 años JR Vansant, niño que construye su vasto imperio económico desde la cabina del teléfono público de su escuela, imperio que, para bien o para mal, acaba devorando a todos los personajes (lector incluido). A través de diálogos nada convencionales, unas veces tristes, las más hilarantes, la novela denuncia la imposibilidad de la felicidad y la realización creativa: “– Sí, no nadie ha dicho que sea culpa suya, Dan, (…) no la construyó usted personalmente, fue, desde luego que fue el constructor el que, mmm, el que la construyó, desde luego, pero el, (…) las condiciones de una hipoteca están relacionadas con, se establecen en función del número de años que se puede esperar que la casa dure dependiendo de su, en relación directa con la forma en que está construida, edificada ( …) cuanto más separados se encuentren en un determinado espacio menos hay, porque cuanto menos haya, más separados se tienen que poner (…) es la clase de casa que se deja a los, mmm, a sus hijos, es decir, a su hijo cuando crezca, desde luego, si él, ¿entiende lo que le quiero decir, Dan?” (p. 352).
JR es la crónica de unos personajes en busca del significado y los valores de un mundo que reniega de ellos. Una suerte de redención parece posible a través de la pasión y la creatividad, aunque no está garantizada. El monólogo del autor llamado Gibbs que, en JR, escribe Agape Agape (Gaddis completaría una novela homónima poco antes de morir, que Sexto Piso publicó en 2008 con el título de Ágape se paga), es una novela dentro la novela sobre el orden y el desorden, escrita por un enfermo terminal, solo en su cama, guardián del caos y la decadencia, que intenta terminar su trabajo antes de morir: “– Revisarlo todo hoy, dios, tengo que terminarlo, otro día como ayer y me, dónde las cerillas esas (…) por dónde iba por donde, John Dewey estuvo sobando, espera, joder, bueno, joder, me he saltado una página (…) estuvo sobando las páginas pegadas con el queso este, joder, un conocimiento cercano e íntimo de la naturaleza queda interrumpido en medio de la cita de Dewey” (p. 900).
La traducción del músico y poeta Mariano Peyrou (Buenos Aires, 1971) logra captar la atmósfera sombría y conmovedora del estilo de Gaddis, la decadencia de una narrativa paralela a la decadencia de la cultura, la desaparición de un mundo, un significado, un lenguaje y unos valores. En JR, La cultura popular y la alta cultura no son entidades separadas sino una misma cultura marcada por los estigmas del capitalismo. La novela argumenta a favor de la autenticidad en literatura, y lo hace a través de una especie de ventriloquia, es decir, utilizando las voces de decenas de personajes: “– Están a tres con cincuenta, un buen momento para vender, perdí una hija, ¿le ha contado eso, Bast? (…) era capaz de deletrear casi cualquier palabra, qué le parece, había empezado a dar clases de piano cuando le sacaron el apéndice, hijos de puta, nunca decepcionan, verdad, no le pasaba nada en el apéndice (…) siempre se saltaba algunas notas, lo intentaba una y otra vez, estaba aprendiendo una canción que se llamaba Para Alisa, algo así (…) en esa época había una tienda de delicatesen que se llamaba Alisa cerca de nuestra casa, por eso todavía me acuerdo del nombre (…) todavía la oigo como la tocaba ella, de todas maneras eso es lo único que, lo único que quiero, todavía la, ¿oye?, ¿oye…?” (p. 1069).
La raíz de JR es su profundo pesimismo. Su inteligente estructura y agudo sentido de la comedia atenúan su melancolía. La entropía constituye la médula espinal del libro, junto a un profundo sentido del amor espiritual. Gaddis pertenece a la estirpe de narradores que, como Thomas Pynchon y Don DeLillo, han sido perseguidos por una injusta reputación de dificultad. El placer de crear una novela conforme se la recrea en la lectura es uno de los muchos que depara al lector este Premio Nacional del Libro de Ficción 1976.