El 25 de noviembre de 1970, Mishima y cuatro miembros de la Sociedad del Escudo, creada por él mismo, visitaron con un pretexto al comandante del campamento Ichigaya, el cuartel general de Tokio del Comando Oriental de las Fuerzas de Autodefensa de Japón. Una vez dentro, procedieron a cercar con barricadas el despacho y ataron al comandante a su silla, sometiéndole a una humillación innecesaria que ocasionó su muerte tres años después. Con un manifiesto preparado y pancartas que enumeraban sus peticiones, Mishima salió al balcón para dirigirse a los soldados reunidos abajo. Su discurso pretendía inspirarlos para que se alzaran, dieran un golpe de estado y que devolvieran al Emperador a su legítimo lugar. Como no fue capaz de hacerse oír, acabó con el discurso tras unos pocos minutos. Regresó a la oficina del comandante y llevó a cabo su seppuku. Algunos oficiales le fotografiaron en esa íntima situación. Así acabó la vida del magnífico escritor con un ego tan grande que le impedía ser solo eso.
Shintaro Ishihara autor de El eclipse de Yukio Mishima explica las claves de la vida de Mishima desde sus muchos años de amistad crítica. Ese concepto es difícil de entender en occidente, más aún en nuestro país. Mishima e Ishihara compartieron generación literaria, participaron unidos en múltiples entrevistas, sesiones fotografícas y acontecimientos públicos y privados. Sin embargo, su código de amistad, no impedía que se dijeran a la cara lo que opinaban uno de otro sin que el amigo se resintiera aún teniendo opiniones muy divergentes.
Quizás nadie tan cercano y a la vez tan alejado de sus postulados como Ishihara podría darnos las claves de su vida. Algunas son:
Mishima fue un escritor con un talento innato. Pero no quiso explotarlo al máximo, no era suficiente para él.
El que su padre le permitiera dedicarse a escribir tras caer desmayado a la vía del tren por trabajar y escribir por las noches fue contraproducente. No lucho por ser escritor y por eso menosprecio su don natural.
Cuando se presentó para ser soldado del Emperador en la II Guerra Mundial se le rechazó por enclenque. Eso supuso un trauma con su cuerpo que nunca superó.
El culturismo, las artes marciales y el boxeo sirvieron para intentar superar ese sentimiento herido. Sin embargo pese a conseguir el cuerpo que deseaba nunca se sintió contento. En vez de eso su ego creció mucho más que sus músculos.
Ese ego inmenso le hizo querer destacar como deportista, político, cineasta, actor. Incluso pedía revisar cada una de las fotos publicadas de él. Ansiaba triunfar en aquello para lo que no tenía talento en vez de explotar la literatura para la que había nacido. Esa frustración le llevo a la escena inicial, incapaz de conseguir sus objetivos mantuvo una pose de Ícaro, intentando un golpe de estado imposible que acabo son su seppuku.
Todo esto más un inmenso y sabroso anecdotario lo hallamos en esta confesión amistosa desde la crítica de Shintaro Ishihara.