Las novelas cortas de Stefan Zweig son un modelo de precisión en su desarrollo y de exquisitez en su lenguaje, y ‘Confusión de sentimientos’ no es solo un ejemplo más, sino una de sus piezas mayores, a la que acompañó cierto escándalo cuando se publicó en 1926. Ya sea de forma individual o en bloque, la editorial Acantilado nos viene proponiendo cuidadas traducciones de la narrativa del autor austríaco (sin olvidar sus ensayos), en este caso para realzar los recuerdos de un narrador, estudioso de la lengua, que no acertó a gobernar la cegadora admiración hacia un maestro no más afortunado en sus relaciones.
Esa admiración del protagonista hacia su profesor de filología inglesa, es el reflejo de la que el propio Zweig sentía hacia las letras y la cultura británicas, y que en este texto se expresa a través de las enfebrecidas lecciones del maestro sobre la poesía y el teatro isabelinos. Unas disertaciones que serán lo primero que el joven estudiante conocerá de su mentor al llegar a una pequeña universidad después de su extraviado paso por Berlín. Las exigencias del profesor, que inicialmente se complementan con el fervor investigador del alumno, se volverán tortuosas, dificultando unas relaciones académicas que, sin embargo, culminarán en la colaboración para sacar a la luz una obra largo tiempo postergada: la historia del teatro Globe de Londres. A superar las complejidades de esa relación no ayudará el interés del protagonista por una joven que conoce en unos baños y que después encuentra en la casa del filólogo como esposa de este, ni la vecindad con la pareja al vivir en el mismo edificio.
Hasta ahí podemos contar de la historia, sobre la que, además, sobrevuela un secreto que vendría a justificar la discreción del protagonista sobre las identidades de los personajes (a duras penas conocemos el nombre de pila del narrador). Un misterio cuyo desvelamiento no puede representarse mejor que con las características puertas abiertas de Hammershøi elegidas como imagen de portada, engarzadas, en este caso, en una sucesión inclusiva similar a la que se establece en el texto al poner el autor, en boca del narrador, los arrebatados discursos del maestro.
En ellos sí aparecen nombres propios: Ben Jonson, Marlowe, Shakespeare, como representantes de un estallido cultural no ajeno al desarrollo económico, pero también afortunadas imágenes, como la que compara la turbulencia del sentimiento trágico que se exhibe en los escenarios, con el furor de un mar que juega con las frágiles embarcaciones de los hombres. Sin duda, Zweig aprovecha la primera persona de un erudito lingüista para mostrar la versatilidad de su propia escritura.
No podemos, finalmente, obviar la componente emocional, incluso erótica en su delirio, que el autor quiere detectar en la apasionada entrega a la creación intelectual, porque, en palabras de uno de sus personajes, “todo espíritu nace de la sangre, todo pensamiento brota de la pasión, toda pasión del entusiasmo.”