A pesar de la proliferación de thrillers psicológicos que aspiran a describir la lógica criminal o, al menos, a enfrentarnos a la mente de un asesino, el morboso análisis de motivaciones, perversiones y justificaciones sigue aportando, puntualmente, notables resultados. Podemos tener, además, ciertas garantías cuando el texto merece la atención de editoriales literarias como Anagrama, responsable de la publicación de obras que abordan la cuestión como ‘Tenemos que hablar de Kevin’ de Shriver o ‘El adversario’ de Carrère, sin olvidar las reediciones de ‘A sangre fría’ de Capote. Si el relato, como estos últimos, está basado en hechos reales, estamos, finalmente, ante el subgénero con ramificaciones sociales e intención trascendente al que pertenece ‘Avenida de los Gigantes’.
Dejando aparte la obra fundacional de Capote, las otras tres comparten un protagonista que se ha revuelto contra su familia y que purga en la cárcel sus crímenes. Incluso la estructura de la obra de Dugain es similar a la de Shriver: en esta la madre del asesino simultanea las cartas explicativas a su marido con visitas a su hijo en la prisión, mientras que en aquella los encuentros esporádicos de la única visitante, Susan, se alternan con los textos autobiográficos que redacta el preso Al Kenner. Por su parte la crónica de Carrère y la novela de Dugain coinciden en el intento de discernir la sinceridad del deseo de redención de sus protagonistas, uno personaje real y el otro una recreación del verdadero asesino Ed Kemper, una información esta facilitada en la contraportada y que no deberían ampliar ustedes hasta el final de la lectura si no quieren convertirla en spoiler. Los tres textos se diferencian, sin embargo, en la voz elegida para informarnos de los hechos: la objetiva del relato periodístico de Carrère, la resignada de la madre de Kevin, y la del condenado que intenta justificarse mostrando una imagen que contrasta con la arrogante que nos ofrecen los capítulos en tercera persona.
No tardaremos mucho en descubrir, en el texto de Dugain, la crueldad y el desprecio hacia su hijo de la madre de Kenner, verdadero núcleo del relato, así como la deserción del padre alejándose de ambos. La reacción del protagonista adolescente asesinando a sus abuelos paternos se interpreta, así, como un ajusticiamiento vicario de la odiada madre con quien identifica a la abuela. A partir de aquí seguiremos los avatares de Kenner desde su estancia en el psiquiátrico en busca de la rehabilitación, hasta su colaboración con la policía a la que le resulta útil su conocimiento personal del paso a la acción, detonante necesario de todo delito.
Lo que intriga al lector y mantiene la tensión del relato, es conocer las causas del fracaso en la integración del condenado, del que sabemos que cumple cadena perpetua. Tanto como comprender la devoción de Susan que lleva treinta años visitándole a pesar del altivo desprecio con que la recibe el reo, actitudes con las que Dugain quiere emparentar a sus personajes con los trágicos Raskólnikov y Sonia de ‘Crimen y castigo’, la única lectura que es capaz de atraer la atención de Kenner durante mucho tiempo.
No es anecdótica, finalmente, la aversión del narrador hacia el movimiento hippy de finales de los sesenta, especialmente presente en la California donde transcurre la acción. Sin duda por lo que supone de confrontación con su desquiciada sexualidad, pero también por aportar una extravagante alternativa a la familia tradicional, núcleo, sin embargo, donde se ha gestado una personalidad que ha acabado avocándolo a la marginación.
Nos ha gustado mucho la reseña, nos ha despertado la curiosidad hacia la novela y nos ha recordado que aún tenemos pendiente a Truman Capote.