Las historias de ambiente medieval y las biografías de reinas con carácter han sido siempre un terreno fértil para la creación literaria y el estudio histórico, abonado últimamente, además, por el éxito de ciertas series de televisión. Si la unión de ambos géneros se presenta a través de un ameno ensayo plagado de intrigas, acciones bélicas, reyes crueles y personajes heroicos, la lectura se hace imprescindible. Así ocurre con el clásico de Régine Pernaud sobre la reina Blanca de Castilla, nieta de Leonor de Aquitania y madre de Luis IX, el rey santo.
Como si de una novela de aventuras se tratara, pero con el valor añadido de ser historia, la autora describe las campañas de los reyes de Francia, Felipe Augusto y su hijo Luis, el marido de Blanca, contra el inestable y cruel rey inglés Juan sin Tierra, en disputa permanente no solo por territorios continentales, sino también por las respectivas pretensiones de unificar ambos reinos bajo una misma corona. Asistiremos, así, a alternativas invasiones acompañadas de escaramuzas terrestres y combates navales, y conoceremos a personajes legendarios como el leal Guillermo el Mariscal por parte inglesa, el temido Eustaquio el Monje en el bando francés, o el ridículo e insaciable Pedro Mauclerc, conde de Bretaña.
Pernaud refleja también el momento de profundo cambio que supone el comienzo del siglo XIII, tanto en las ciudades que nacen al amparo de los castillos, como en un París al que acuden tantos estudiantes que en el barrio de la rivera izquierda casi solo se escucha latín. Es además el siglo en el que Leonardo de Pisa introduce las cifras arábigas en Europa y que verá a las hordas de Gengis Khan llegar a las puertas de Viena; el de la construcción de Notre-Dame o la Sainte-Chapelle y el de la promulgación de la Carta Magna, hitos todos que encuentran su lugar en la narración.
Especial atención reciben en el texto las cruzadas contra la herejía albigense en un sur en continua efervescencia, resaltando los intereses territoriales de la Iglesia y los barones en el Languedoc, y cuestionando la base espiritual del histérico mandato papal. Un ejemplo del equilibrio que consigue Pernaud entre el establecimiento riguroso de las causas y la apasionante descripción de sus efectos, tareas para las que cuenta con Crónicas de testigos presenciales, Cantares de gesta y Romances, pero también con los registros de las cuentas reales, un soporte veraz para inferir la organización de preparativos bélicos, transportes reales o festejos matrimoniales.
Aunque el rasgo distintivo de la obra no es otro que la importancia que la autora otorga a los personajes femeninos de la época a los que parece admirar profundamente, ya sea la propia Blanca, su abuela Leonor de Aquitania, su nuera Margarita de Provenza, o la que fuera reina temporal de Inglaterra Isabel de Angulema. Una preferencia que se pone de manifiesto desde los cuadros genealógicos que abren el texto y en los que aparecen, encabezándolos, como iniciadoras de dinastías. Y es que Blanca tuvo que hacerse cargo del reino al heredarlo su hijo de doce años, enfrentándose al desprecio de los barones por mujer y por extranjera, a los infundios que la situaban junto al traidor Teobaldo el Trovador, y al recalcitrante clero que promulga cruzadas pero escatima recursos para sostenerla.
En definitiva un placer no solo para los amantes de la Historia Medieval, cuya prolongación natural y recomendable sería la obra de Steven Runciman ‘Las vísperas sicilianas’, que continúa, hasta las postrimerías del siglo XIII y abarcando todo el Mediterráneo, la tarea que Pernaud, tan brillantemente, centra en la Francia de la primera mitad de siglo.