La tradición nos lega, inexcusablemente, su enseñanza. Que es siempre variada y certera, y que en literatura equivale a ofrecer determinadas garantías; por ejemplo para decirnos que el paso del tiempo (esto es, el criterio ético y estético) han avalado ya algunos nombres a través de su obra, la cual, pergeñada a lo largo de una vida fructífera, intensa, valiente, constante y movida por criterios de desafío e inteligencia, ha conseguido un lugar en la historia y un consenso lector indudable.
Tal es el caso de doña Emilia Pardo Bazán y sus libros en el contexto de las letras españolas. Una mujer que, siendo cronológicamente del siglo XIX, ha sabido señalar con rigor estilístico y claridad en los planteamientos muchos de los temas que luego serían objeto de disputa social e intelectual en el siglo XXI: la precisión de estilo, la importancia social de la figura de la mujer, la capacidad sicológica en el análisis de los personajes; incluso en lo relativo a postulados políticos de ecuanimidad social y de justicia.
La fundación Castro nos hace entrega, ahora, de una cuidada edición de estos Relatos Dispersos, un ejemplo literario por la precisión de su lenguaje y sus argumentos tan seriamente humanos, y un germen necesario para sus obras de mayor extensión. Y es que no debe entenderse por el adjetivo Dispersos “algo de menor interés o de inferior calidad que los Coleccionados, sino que algunos de entre ellos son obras maestras en su género” De hecho, “esta recopilación permite confirmar la conocida variedad (en temas, asuntos, ambientación espacio-temporal, tono, estética, técnica, estilo…) de la narrativa breve de la autora” tal como explica en exhaustiva y precisa Introducción el responsable de la edición, el profesor José Manuel González Herranz.
Editada en dos volúmenes, el primero recoge los cuentos datados entre 1865 y 1910, y el segundo aquellos fechados entre 1911 y 1921. Aquí están, pues, títulos tan afamados como El árbol rosa, La llave, El Conde llora, Humano, Cenizas o ¡Aquellos tiempos!, donde podemos leer descripciones tan preciosistas o minuciosas, amén de radicalmente humanas, como “Los ojos de la dama se posaron ávidamente en el edificio. Allí había pasado su niñez… Y todo acudía a la memoria en tropel: las correrías por el huerto, los regocijados escondites, las meriendas golosas, las misas oídas en las grandes iglesias de dorados retablos; la vida sin resalte, muellemente tejida de diminutos placeres y de ligeros deberes, que se deslizó en la arcaica ciudad, desviada del tráfago del mundo. Después la existencia se había vuelto dramática y movida, pero grave y peligrosa, erizada de complicaciones y problemas”.
La precisión de los adjetivos, la expresión de un estado de ánimo, la sutileza del recuerdo… Todo anima a un disfrute literario reconfortante..