Una vez más el conocimiento verdadero de la verdadera historia vendrá a desmentir muchos de los tópicos al uso, que tanto han perdurado. Por ejemplo (y, tal como diría alguien versado en sociología, ‘como no podría ser menos’) la no inclusión de la figura de la mujer en el gran acontecimiento que ha sido la conquista de América.
Ya lo creo que las hubo, bien significativas, y habiéndose ocupado en todo tipo de labores, amén de las propias que le son atribuidas por la condición de ser mujer, cual es el significado de la maternidad y el cuidado de la especie. Y todo tipo de labores debe entenderse así, incluso aquellas atribuidas a los hombres, cual sea la práctica de la guerra. Qué decir, si no, de Catalina de Erauso, la que había de ser conocida como La monja alférez, de quien dicen las crónicas que “viste de hombre, a la española: trae la espada tan bien ceñida, y así la vida. La cabeza un poco agobiada, más de soldado valiente que de cortesano y de vida amorosa” La misma que era “de estatura grande y abultada para mujer, bien que por ello no parezca no ser hombre” Labores de espada, de pelea, y en una mujer no era poco decir en el siglo XVI
Todas -amén de las anónimas que, en uno y otro sentido, habrán puesto su valentía y capacidad de organización en las nuevas empresas que habían de emprender en las nuevas tierras-, supusieron un grado de excelencia en la tarea desempeñada; desde luego, especialmente, las recogidas en este libro tan ilustrador por lo que tiene de aporte de datos, de claridad expositiva y de clarificación de un período tan importante dentro de nuestra historia.
Qué decir, por ejemplo, de Isabel Barreto, la Adelantada de los mares del Sur, quien, al fallecimiento de su marido que iba como capitán de la nave descubridora, tomó ella el gobierno real de la nao y continuó la acción de poner al descubierto lo que luego habían de ser nuevas tierras y nuevas gentes, hasta ese momento desconocidas para nuestra civilización: isla de santa Magdalena, islas Marquesas, isla de Guan. Corría el año de 1595 y habían salido del puerto de Piura, en el Perú. De ella sabemos que “sus maestros la instruyeron no solo en la gramática griega y latina, lo usual para una dama, sino en saberes de más hondo calado como geografía y matemáticas”
Aparecen también la primera y segunda mujer de Hernán Cortés (luego velada su importancia por la Maninche y su labor fundamental como intérprete. Ella también en algo, gracias a su labor, española) Y la Maldonada, doña Catalina Vadillo, que participó activamente en la expedición al Río de la Plata. Y María del Escobar, nacida en Trujillo en torno al año de 1500, de quien se dice que fue la primera que sembró trigo en el Perú. O María Álvarez de Toledo, que llegó a ostentar los títulos de Virreina de las Indias y gobernadora de La Española.
En fin, realidad (acaso algo de leyenda también) se aúnan aquí, en este libro singular, revelador, para ofrecernos una historia más real, más acorde a los verídicos acontecimientos y ‘hacedora de justicia’ en lo que toca al papel que ha llegado a desempeñar la mujer dentro de la Historia con mayúscula. Una lectura, pues, llena de fecundo interés.