Dentro del panorama español pocas voces se atreven a contar historias como estas y pocas editoriales serias se sumergen en el torbellino de publicarlas, quizás Rafael Balanzá y Siruela son la excepción de esta regla, pero creo firmemente que es algo que necesitamos, cuentos intrigantes, que nos quiten el sosiego, de los cuales disfrutar durante su ejecución más que en su conclusión. Al fin y al cabo los cuentos a la hora de dormir o al amor de la lumbre de excursión o en la casa de los abuelos no siempre acababan bien, a veces ni siquiera terminaban -al dormirnos- pero los recordamos con cariño.
Un cuento para adultos, bien narrado, complejo y ambientado en la Galicia profunda de la posguerra, con sus buenas dosis de fantasía popular, sería la descripción de Brañaganda.
Orlando es un niño curioso que vive una vida tranquila en la aldea gallega que da título al libro. Su madre maestra de escuela es la única ‘autoridad’ del pueblo. Su padre, administrativo en una empresa minera, es el espejo idealizado del chaval. Cándida, su amiga del alma, que a fuer de ser mayor y estar más desarrollada busca otros entretenimientos que rodar por el prado cuesta abajo con Orlando. Poco tiempo después que su padre cambia de oficio haciéndose guardabosques aparece el lobishome -el hombre lobo autóctono- cobrándose sus primeras víctimas. La vida familiar de Orlando se trastoca por completo, la vida de la aldea se retrae cuando aparecen más cadáveres, y todos empiezan a mirarse de reojo cuando alguien dice que “el lobishome puede ser cualquiera, sin ni siquiera saber que lo es”.
Monteagudo crea una composición basada en la familia, cuya vida intramuros refleja perfectamente. Sin las notas de fantasía estaríamos en una obra costumbrista más emparentada con Galdós o una obra más moderna semejante a los cuentos de niños gallegos de Manuel Rivas. Cierto es que contiene notas de ambos pero su interés radica en el tono clásico con el que urde toda la trama. No es un libro moderno ni una novela del siglo actual, su sabor es más antiguo y por tanto más intenso. Es un cuento casi intemporal que en voz de un niño nos remonta a nuestra infancia dejándonos incluso al final un buen sabor de boca.
Ya saben, busquen en David Monteagudo al excelente narrador que es y no al guionista de Fringe.
Pepe Rodríguez
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