Compañero de la infancia del narrador, -que nos cuenta en primera persona la historia- Arnold Zipper comparte a su padre con su amigo, que figura como huérfano. El narrador dice del padre de Arnold que “era como si me hubiese prestado a su padre”: “tenía un aire de payaso triste.(…) Zipper y su fina barba clara de marinero que le enmarcaba la cara ancha y redonda y le añadía un innecesario toque elegante, como un marco alrededor de un cuadro poco valioso.” (p.19). Un padre que, ante el fracaso de su otro hijo, Cäsar, un tarambana enloquecido, pone todas sus esperanzas en que Arnold sea lo que lo que él no ha podido ser, y está convencido de que su hijo lo logrará. Zipper padre es un pobre hombre, casado con una esposa a la que hace tragar todas sus frustraciones, sus fracasos, que sueña con una posición que no tiene y acaba por perder incluso la que posee, mientras trata de que su hijo triunfe en la vida. ¿Por qué es un fracasado? Porque había utilizado toda su energía en dejar de ser un proletario para convertirse en un burgués, según Roth.
El problema es que Arnold también es un pobre hombre. Y va pasando por la vida sin pena ni gloria, primero los mediocres estudios, la guerra a la que la generación de los padres les envía, el retorno demediado, “triste como un reloj a la sombra,” (pág. 19) viviendo de mirar, eterno espectador de la vida de los demás. Las descripciones de sus tardes pasadas en los cafés (que serían probablemente las mismas de Roth, adicto desde joven a los cafés literarios) muestran el mundillo cultural de los años veinte, lleno de artistas, escritores, músicos, …y mirones como Arnold. Pero llega un día en que se enamora y estalla su vida: se deja su puesto de funcionario, conseguido gracias al empeño de su padre, abandona todo y se lanza tras Erna Wilder, una actriz de teatro que más tarde se pasará al cine. Y a partir de ahí empieza su calvario. Erna “se alimentaba del sufrimiento de Arnold, necesitaba su dolor del mismo modo que otras mujeres necesitan el amor de sus amados”. (pág. 110) La actriz le utiliza, como en el caso de El profesor Umrat, de Heinrich Mann, como punto de apoyo, como servidor, como mayordomo, como cualquier cosa menos como marido. Pero se casan, aunque viven en casas distintas, ya que las aficiones de ella parecen inclinarse hacia el lado femenino. Arnold va contando a su amigo, el narrador, algunas de sus miserias: también Zipper padre se entera tarde, en un viaje a Berlín, donde vive la pareja, y se lleva otra desilusión, otro fracaso más en su vida. Al final, Arnold se refugia en lo único que le queda: la música. Una afición de la infancia, promocionada por el padre, es la que lo lleva a sobrevivir y en cierto modo, a ser feliz, a su manera. “La música suplía su falta de fe en Dios. Quizás también reemplazaba el amor que nunca disfrutó y la suerte que se le escapó.”(pág. 16).
En suma, una magnífica obra sobre esa generación de entreguerras, su generación, sobre un mundo destrozado y un futuro imposible. Sobre las relaciones entre dos generaciones frustradas, sobre padres e hijos. Dos mundos. Que a la postre, no difieren tanto. Roth muestra retazos de sí mismo en esta obra, justificándose en la carta final por no haber hablado con más detalle sobre el protagonista, por estar demasiado implicado en él. Obra que destila amargura y al mismo tiempo, nos toca en nuestros sentimientos íntimos como Roth sabe hacer en su escritura. Excelente traducción de Marina Bornas, y como siempre, magnífica edición por parte de Acantilado, como ya nos tiene acostumbrados.
Ariodante
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Excelente reseña que hace atractivo y apetecible leer la novela de Joseph Roth
Buenísima eseña.Me encana Roth, tdos sus libros. Es una apuesta segura para mí.
Un saludo