Esta es una novela donde confluyen y se integran diversos caminos: el de la trayectoria vital de una persona, en este caso un octogenario juez británico, en sus últimos años de vida; sus recuerdos, que acuden a su mente en determinados momentos y pugnan por salir del profundo pozo de la memoria; pero, además, y aunque el eje central lo ocupa sir Edward Feathers, Filth, le rodea toda una cohorte de personajes secundarios que han jugado un papel más o menos importante en su vida, y que conforman un panorama desalentador, si bien está mirado con mucho humor, e incluso con una profunda sagacidad. LEER MÁS
a narración nos recuerda fuertemente a Kipling, ya que, como la propia autora reconoce en sus Agradecimientos, debe mucho a la autobiografía del gran poeta y narrador angloindio, así como a su terrible relato Bee Bee ovejita negra, sobre la infancia de los huérfanos del Imperio, todos aquellos niños que como él, eran enviados por sus padres a Inglaterra para aprender a ser británicos, pensando en que los salvaban de una serie de posibles desgracias. Aunque los padres vivieran, en realidad esos niños eran huérfanos de facto, y carecían, generalmente, de cualquier tipo de cariño y calidez de hogar, puesto que –salvo excepciones- eran criados por familias de alquiler, o, como mucho, colegios de trato impersonal.
Jane Gardam (Coatham, North Yorkshire,1928), es una escritora británica que trabajó en los años cincuenta como bibliotecaria de la Cruz Roja en bibliotecas de hospitales. Después trabajó para la revista Weldon Ladies Journal y el semanario Time and Tide. Su primer libro 81975) fue una colección de relatos y cuentos sobre Jamaica, ganó el premio Higham y el Winifred Holtby Memorial, otro posterior libro de relatos ganó el premio Katharine Mansfield, en 1983. Escribió su primera novela para adultos en 1978. También ha escrito relatos y novelas para niños, por los que también ha recibido diversos premios, así como textos de no ficción. El viejo juez ha sido finalista del premio Orange.
La narración, siempre en tercera persona, alterna en tiempo real los movimientos del protagonista, con recuerdos del pasado: la infancia malaya, la ausencia de la madre, la lejanía del padre, el viaje a Inglaterra, los distintos colegios, las familias que lo acogen, el amigo de su niñez y juventud, los estudios,… Los recuerdos van apareciendo más o menos cronológicamente, pero intermitentes, imprecisos e incompletos. Aparecen a veces como sueños, a veces con ese halo de indefinición que los mantiene entre la realidad y la imaginación. Otra manera de presentar el pasado es por medio de cartas o por la información aportada por sus parientes y amigos, pertenecientes a esa misma generación cuya orfandad manifiesta les deja a todos marcados para siempre, y en sus años de vejez y decrepitud afloran, incontenibles.
El viejo juez está retratado muy amablemente, aunque poco a poco lo que parece un anodino vejestorio resulta ser portador de un pasado turbulento y lleno de secretos inconfesables. Las dos primas, Claire y Babs, hechas otros tantos vejestorios, son las que se atreven con el único recuerdo verdaderamente problemático de Filth, el que le crea su complejo de culpa, y que finalmente ellas sacan a la luz. Isobel, su amor juvenil, también se va revelando paulatinamente y descubriendo sus secretos. La enfermedad y la muerte que le van privando de sus amigos –y enemigos- de su esposa y de sus conocidos, está tratada por la autora de un modo sutilmente humorístico, y las descripciones que el juez hace en sus conversaciones imaginarias con Betty, la esposa muerta, o lo que va descubriendo en sus disparatados desplazamientos en solitario, resultan francamente hilarantes…salvo que las tomemos en su literalidad.
J. Gardam sabe combinar con una prosa ágil y amena, con diálogos cargados de ironía y humor todos estos elementos para ofrecernos el desolador panorama de la infancia y juventud de una generación perdida para el amor y los sentimientos afectivos. Una generación que murió en la guerra o acabó dispersa y desnortada. Y al mismo tiempo, el contraste con las generaciones posteriores, e incluso los niños que el viejo juez se va encontrando, que le resultan absolutamente discordantes, en nada parecidos a su niñez, y que es incapaz de comprender, como le resulta difícil comprender y adaptarse a las nuevas costumbres y hábitos sociales.
Eddie, sir Edward, se ha convertido en un dinosaurio, un muerto viviente, todos en la abogacía le recuerdan por sus magníficas actuaciones en juicios, por su trabajo en Hong Kong, por su impecable trayectoria; sin embargo, le consideran fuera de la circulación, una pieza de museo. Y él quiere seguir viviendo, quiere recordar su pasado rememorando los hitos principales de su vida, tratando de recuperar algo que ha desaparecido ya: el tiempo perdido.
Título: El viejo juez | Autor: Jane Gardam | Editorial: Salamandra | Páginas 320 | Precio 19€
Jane Gardam (Coatham, North Yorkshire,1928), es una escritora británica que trabajó en los años cincuenta como bibliotecaria de la Cruz Roja en bibliotecas de hospitales. Después trabajó para la revista Weldon Ladies Journal y el semanario Time and Tide. Su primer libro 81975) fue una colección de relatos y cuentos sobre Jamaica, ganó el premio Higham y el Winifred Holtby Memorial, otro posterior libro de relatos ganó el premio Katharine Mansfield, en 1983. Escribió su primera novela para adultos en 1978. También ha escrito relatos y novelas para niños, por los que también ha recibido diversos premios, así como textos de no ficción. El viejo juez ha sido finalista del premio Orange.
La narración, siempre en tercera persona, alterna en tiempo real los movimientos del protagonista, con recuerdos del pasado: la infancia malaya, la ausencia de la madre, la lejanía del padre, el viaje a Inglaterra, los distintos colegios, las familias que lo acogen, el amigo de su niñez y juventud, los estudios,… Los recuerdos van apareciendo más o menos cronológicamente, pero intermitentes, imprecisos e incompletos. Aparecen a veces como sueños, a veces con ese halo de indefinición que los mantiene entre la realidad y la imaginación. Otra manera de presentar el pasado es por medio de cartas o por la información aportada por sus parientes y amigos, pertenecientes a esa misma generación cuya orfandad manifiesta les deja a todos marcados para siempre, y en sus años de vejez y decrepitud afloran, incontenibles.
El viejo juez está retratado muy amablemente, aunque poco a poco lo que parece un anodino vejestorio resulta ser portador de un pasado turbulento y lleno de secretos inconfesables. Las dos primas, Claire y Babs, hechas otros tantos vejestorios, son las que se atreven con el único recuerdo verdaderamente problemático de Filth, el que le crea su complejo de culpa, y que finalmente ellas sacan a la luz. Isobel, su amor juvenil, también se va revelando paulatinamente y descubriendo sus secretos. La enfermedad y la muerte que le van privando de sus amigos –y enemigos- de su esposa y de sus conocidos, está tratada por la autora de un modo sutilmente humorístico, y las descripciones que el juez hace en sus conversaciones imaginarias con Betty, la esposa muerta, o lo que va descubriendo en sus disparatados desplazamientos en solitario, resultan francamente hilarantes…salvo que las tomemos en su literalidad.
J. Gardam sabe combinar con una prosa ágil y amena, con diálogos cargados de ironía y humor todos estos elementos para ofrecernos el desolador panorama de la infancia y juventud de una generación perdida para el amor y los sentimientos afectivos. Una generación que murió en la guerra o acabó dispersa y desnortada. Y al mismo tiempo, el contraste con las generaciones posteriores, e incluso los niños que el viejo juez se va encontrando, que le resultan absolutamente discordantes, en nada parecidos a su niñez, y que es incapaz de comprender, como le resulta difícil comprender y adaptarse a las nuevas costumbres y hábitos sociales.
Eddie, sir Edward, se ha convertido en un dinosaurio, un muerto viviente, todos en la abogacía le recuerdan por sus magníficas actuaciones en juicios, por su trabajo en Hong Kong, por su impecable trayectoria; sin embargo, le consideran fuera de la circulación, una pieza de museo. Y él quiere seguir viviendo, quiere recordar su pasado rememorando los hitos principales de su vida, tratando de recuperar algo que ha desaparecido ya: el tiempo perdido.
Ariodante
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