Con este argumento tan expuesto, Keilson desgrana los pensamientos y los temores previos a la acogida, la agotadora adaptación, el pánico cuando están a punto de descubrirlo, el desarrollo de una fuerte amistad, la desazón de la enfermedad, la dolorosa pérdida, el desasosiego de esconder el cadáver y las ulteriores amenazas por un simple error cometido que cambiará sus vidas. Todo eso en menos de 150 páginas. ¡Un hito!
Keilson abunda en diálogos y reflexiones, repite párrafos enteros para crear el ambiente agobiante de los bombardeos y abre el alma de sus protagonistas demostrando su oficio como psicoanalista.
Un libro lacerante, hiriente, doloroso y -como diría nuestra querida compañera Elisabeth– deprimente. Sin mostrar el holocausto, sólo rozándolo, con un único muerto y por enfermedad, duele y golpea más que las imágenes directas, que muchas obras sobre campos de exterminio, muestra aspectos de la personalidad humana tremendos, tanto la bondad como la maldad y lo hace de forma tan realista que invade nuestra alma sin solución. Pese a esto es un libro positivo y optimista, confiado en que personal y socialmente es posible hacer muchas cosas… o ¿sólo lo era en aquel tiempo?
Indudablemente uno de los mejores libros de lo que llevamos de 2011.
Pepe Rodríguez