El final de los sesenta y principio de los setenta, décadas fetiche de Pynchon, se presentan ahora desde la ciudad de Los Ángeles (es increíble la ubicuidad de este hombre que parece que ha vivido en cien sitios a la vez) y desde la perspectiva de un investigador de tres al cuarto que está más tiempo fumado que sobrio pero que cuando está despierto lo está mucho más que los que le rodean. El día que una antigua novieta le pide ayuda puesto que a su actual pagafacturas le quieren hacer daño, Doc Sportello no sospecha en la que está metiendo. Poco después la chica y el magnate desaparecen y entre un mal viaje y otro Doc despierta en medio el ojo del huracán. Casualmente o no otros casos suyos confluyen con el primero creando una amalgama que Pynchon con su peculiar afición por las escenas extrañas y los diálogos superfluos no parece querer desliar. Incluso da la sensación de que andamos colocados cuando leemos algunos pasajes.
Policías de LA, FBI, dentistas asesinos, saxofonistas muertos y resucitados se unen a una arcaica internet y a un sistema de correos copiado de su anterior obra La subasta del lote 49 para dar una vez más la impresión de lo inasible y especial que es la literatura versus Pynchon.
Camaleónico autor que podría ser el mejor novelista del mundo. Quizás lo sea, pero por ahora no muchos se lo reconocerán. Eso es bueno, sabemos tan poco de él que saber que es el mejor posiblemente rompería la frágil burbuja de su literatura.
Marc Canela
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