Mientras en París el pueblo asalta la Bastilla, en Cádiz, ajenos a esas noticias, se aparejan dos corbetas, la Atrevida y la Descubierta, -nombres que homenajean a Cook, con sus Resolution y Discovery – y se prepara una expedición de largas miras: recorrer las costas de América y cruzar el Pacífico en busca de ampliar el conocimiento humano: geográfico, botánico, zoológico y antropológico. Faltan aún treinta años para que Darwin se embarque en el HMS Beagle. España vive bajo el reinado de Carlos el Tercero, que ocupa el trono español desde 1756. Don Antonio Valdés es ministro de Marina. El capitán de fragata Alejandro Malaspina, (1754-1810) nacido en Mulazzo, en el Piamonte italiano, aunque ingresa en el cuerpo de guardiamarinas de la Armada Española en el año 74, encabeza esta expedición, ilusionado y valiente, junto a José Bustamante, capitán de fragata. Cada uno gobierna una de las corbetas. El teniente de infantería Antonio Pineda dirige el equipo de naturalistas. Alcalá Galiano se ocupó de cartografía, hidrografía y astronomía.
En este texto Andrés Galera nos describe un viaje maravilloso, basándose en las cartas y los diarios llevados por los principales mantenedores de la expedición, donde además de trazarnos el recorrido que iban cubriendo, tenemos noticia de lo más destacado de cada población, de sus habitantes, costumbres, cultivos, flora y fauna, además de alguna anécdota de las muchas que sucederían. Acompañan al texto 138 de ilustraciones, compitiendo en belleza e interés, especialmente los dibujos de aves de José del Pozo, plantas y flores por Luis Neé, figuras de indios de Ravenet o Antonio Pineda; muchos paisajes de José Cardero, además de los mapas con el recorrido de las naves, y cartas esféricas trazadas por Dionisio Alcalá Galiano y Cayetano Valdés, entre otros. Todo ello conforma un conjunto armonioso y artístico, muy agradable de leer, ya que el autor ha procurado evitar el toque académico y decantarse más bien por un texto periodístico, muy informal, a veces excesivamente minimalista en sus frases, resumiendo cinco años en pocas páginas.
Así, parten de Cádiz y su primera escala importante, ya en América (antes han pasado por Canarias y Cabo Verde) es Montevideo, y tenemos descripciones de ese puerto así como de Buenos Aires, Rosario y Sacramento. De allí se dirigen al sur, pasando por Puerto Deseado y doblan el terrible Cabo de Hornos, bordeando hacia el norte la costa chilena, con paradas en San Carlos, Talcahuano, Valparaíso, Coquimbo, Santiago, y llegando posteriormente a El Callao, Perú. En Santiago los expedicionarios tienen la agradable sorpresa de encontrar al botánico Tadeo Peregrino Haenke, quien, destinado a la expedición, llegó tarde a la salida de Cádiz y por su cuenta emprendió viaje para tratar de unirse en algún punto con sus compañeros, y sus aventuras serían objeto de otro libro: el barco en el que viajó hasta Montevideo naufragó casi llegando y hubo de alcanzar la costa a nado, siendo uno de los pocos supervivientes, aunque perdió todas sus pertenencias. Además, llegó ocho días después de que las corbetas hubieran zarpado hacia el sur, así que decidió atravesar por tierra, cruzando la Pampa, atravesando los Andes por el Paso del Inca y llegando felizmente a Santiago, cargado de plantas y muestras recogidas en el camino.
Los dos barcos tienen problemas constantes de deserciones entre la tripulación, lo que les obliga a reclutar marineros a la fuerza, y este problema les persigue durante todo el viaje. Pasan varios meses trabajando intensamente en Lima y alrededores, cada uno en su especialidad, explorando, dibujando, cartografiando…y en agosto finalmente tornan a embarcar y suben hacia Guayaquil donde se demoran hasta octubre. Panamá, El Realejo, y finalmente Acapulco (a donde llegan en marzo) son sus siguientes destinos. En México queda una parte del grupo expedicionario, trabajando intensamente, preparando material para enviar a Madrid, mientras el otro grupo, siguiendo órdenes, navega hasta las gélidas aguas del norte, buscando sin éxito el paso interoceánico del que hablaba Ferrer Maldonado en 1558; el canal, lógicamente, no existía, y tras buscarlo hasta el paralelo 60 y el 75, deciden volver a aguas templadas: regresan a Monterrey y Acapulco, recogen al resto del equipo y se lanzan a cruzar el Pacífico, pasando por las islas Marianas, hasta Filipinas, a donde llegan en marzo de 1792. Mientras la Descubierta se queda en Manila, la Atrevida se dirige a Macao, para medir la gravedad empleando el péndulo simple. Pero en Manila halla la muerte, por unas fiebres, Antonio Pineda, con lo que la dirección total recae absolutamente en Malaspina.
En noviembre, visto que el estado de las corbetas y de la tripulación no estaba en condiciones de continuar una circunnavegación, abandonaron Filipinas para volver por Australia y el sur de Nueva Zelanda, donde llegaron en febrero de 1793, sufriendo unas tempestades terribles, que les causaron grandes trastornos. La siguiente escala fue la colonia británica de Sidney, desde donde volvieron tocando antes en la isla polinesia de Vavau, al puerto de El Callao, y vía Cabo de Hornos, regresaron a Montevideo; allí conocen la nueva situación de guerra con Francia, desde donde se organizó un convoy para regresar a Cádiz, llegando el 21 de septiembre de 1794. Hasta aquí, la expedición.
El autor nos cuenta en un Epílogo, el triste destino final de Malaspina, que, intentando entrar en política, ya con el cargo de brigadier y pretensiones de un ministerio, choca con la ambición del plenipotenciario Godoy, siendo encarcelado en el fuerte de San Antón en La Coruña, y posteriormente desterrado a Italia, donde muere en 1810, mientras Napoleón corretea por Europa y España lucha contra el invasor francés.
Ariodante,
febrero 2011