Ni la provincia de Teruel ni Zaragoza se mencionan directamente en momento alguno pero al lector le resulta fácil identificarlos en el ámbito juvenil de Santiago.
La capital representa un mundo nuevo al que fácilmente se adaptará, pero cometerá un error que le costará media vida y por el que penará décadas. Durante ese tiempo, su único amor verdadero, la mujer de su vida, Candela, empezará a descubrir poco a poco quién es Santiago, una persona inestable, de carácter muy variable, con tendencia a soñar despierto.
Barcelona será su siguiente etapa en la que se descubrirá que ‘padece de nervios y de desdoblamientos de personalidad’. Su última aventura le llevara por quince días a Montevideo que se convertirán en mucho tiempo más, como va advirtiendo el narrador desde el principio.
El escritor catalán consigue plenamente integrar en ese mundo a su personaje, situado dos pasos más allá de la realidad, creyéndose sus propias mentiras y arrastrando a la miseria a su familia continuamente. Ese tipo de protagonista con problemas psicológicos “suaves” es muy poco común, por eso resulta atractivo e inquietante leer sobre él. Lahoz no cierra totalmente la obra, la mantiene abierta tanto en su final como en los motivos que provocaron la inestabilidad de Santiago, dándonos margen para opinar y para alicatar con nuestras ideas las paredes que le faltan.
Lahoz ya nos escandiló con Los Baldrich, esa saga barcelonesa que compartía época con este nueva obra. Menos ambiciosos, más comunes sus protagonistas suponen un buen homenaje a los duros hombres de campo, a las pétreas mujeres de la posguerra que tras la contienda fueron las que levantaron a sus familias (así es la madre de Santiago, Delfina) y a la emigración con sus oportunidades y desengaños por igual.
Su prosa fácil y sencilla, sus escenas cuidadas y sus impecables conversaciones elevan La última estación por encima de la media. Su buen tamaño también promete bastantes horas de interesante lectura cambiando continuamente de escenario y de época desde la posguerra hasta comienzos de nuestro siglo.
Pepe Rodríguez