Quizá el primer reconocimiento de El sueño del celta deba ir para el encomiable trabajo de documentación que la precede. Se bifurca dicho esfuerzo en tres direcciones: el Congo colonial administrado por el rey belga Leopoldo II, las fechorías perpetradas contra los nativos de la selva amazónica peruana y las revueltas independentistas irlandesas de 1916. El ubicuo denominador común que aglutina estos tres puntos geográficos, pivotes estructurales de la novela, es el aventurero Roger Casament, irlandés de nacimiento y cónsul británico enviado al Congo para verificar la explotación de la población indígena por parte de las empresas coloniales belgas. La estancia de Casement en el Congo pronto deviene en travesía personal que da al traste con su juvenil idealismo redentorista para converger en el espeluznante corazón de las tinieblas descrito en la novela de Conrad. Casement se hace eco de las torturas infligidas a los nativos, de la tiranía esclavista bajo la que malviven y de las atrocidades llevadas a cabo por el mundo supuestamente civilizado. Sus denuncias culminan en un sonado Informe remitido a las autoridades británicas en virtud del cual Casement dejará de ser un ciudadano anónimo.
Por entonces, espoleado por su suspicacia respecto al colonialismo, empieza a fermentar en Casement el prurito nacionalista: se interesa por sus raíces irlandesas, por recuperar las tradiciones y costumbres de una Eire abolida por los ingleses, se obstina en aprender gaélico y traba amistad con destacados agentes del movimiento independentista. El tema irlandés nutre la historia y aparece como creciente corriente subterránea durante las tramas del Congo y del periplo amazónico.
Satisfechos los ingleses con el trabajo desempeñado por Casement en África, el Foreign Office lo envía al Putumayo, en la frontera entre Perú y Colombia, de nuevo para averiguar si son ciertas las noticias difundidas sobre las tropelías infligidas a los nativos por parte de la Peruvian Amazon Company en la explotación del caucho y redactar, si procede, el correspondiente informe incendiario. Una vez más constatará Casement que no hay moral que el hombre civilizado no sea capaz de transgredir para satisfacer al insaciable dios de la codicia. De nuevo se enfrentará el irlandés –y el lector- a la dicotomía entre salvajismo y civilización.
Con El sueño del celta (el título proviene de un poema compuesto por el propio Roger Casement) el escritor peruano de nacionalidad española ha querido rescatar, del olvido para algunos y de la ignorancia para la mayoría, la figura de este personaje contradictorio que de ser diplomático británico terminó siendo encarcelado por los ingleses. Así empieza la novela, con Casement tras las rejas, acusado de sedición contra el Imperio británico por sus actividades independentistas, así como por las consecuencias legales derivadas de una homosexualidad considerada aberrante y que el irlandés habría confesado en unos diarios íntimos. A día de hoy no se sabe con certeza si existieron dichos diarios o si formaron parte de una conspiración para encausarle.
El sueño del celta fluye torrencial e indesmayable, con un protagonista sugestivo cuya biografía reabre Vargas Llosa en una historia sostenida con admirable pulso narrativo.
LALE GONZÁLEZ–COTTA
Mario Vargas, sabe dar el giro y fondo literario a cualquier situación, especialmente en relatos que podemos constatar o tener hechos reales paralelos. Un lector que comenzó con Pantaleón y la Tía Julia.
¡por favor! pero si este libro está pésimamente escrito! ¿Cómo lo pueden alabar tanto?
pues a mi me gustó mucho, pesimamente escrito? por que? la historia me parece interesante y el personaje muy interesante ,no será un Vargas típico pero el libro está muy bien