Satisface comprobar que no todo está perdido en lo que se refiere a la autonomía editorial, que aún es posible que un libro triunfe prescindiendo de alharacas promocionales y de manipulables listas de ventas.
Diario del hombre pálido constituye una de estas anomalías del mercado editorial. Ha logrado hacerse con el favor de la crítica sin más credencial que la un trabajo bien hecho secundado por el eficaz transmisor del boca a oreja. (leer más)
Diario del hombre pálido constituye una de estas anomalías del mercado editorial. Ha logrado hacerse con el favor de la crítica sin más credencial que la un trabajo bien hecho secundado por el eficaz transmisor del boca a oreja. (leer más)
No se nos escapa que la labor periodística de Juan Gracia Armendáriz ha debido de abrir puertas, llamando a filas al sector corporativo y auspiciando que este Diario se cuele en agendas culturales y tertulias radiofónicas. Con todo, ni las unas ni las otras han incurrido en recomendaciones infundadas.
Conviene advertir en primer lugar que estamos ante un texto autobiográfico, que el autor es verdadero protagonista de cuanto anota en las 169 entradas de este diario. Su dura experiencia como enfermo renal trasciende a bello texto literario, a íntima patografía –así designa él mismo su particular aleación entre enfermedad y literatura- en la cual la insuficiencia renal crónica, las esclavizantes sesiones de hemodiálisis y la ilusión de un transplante se convierten en lente microscópica que redimensiona el mundo y sus urgencias. El futuro cabe en las inminentes veinticuatro horas que el paciente tiene por delante, y la existencia se impregna de un saludable estoicismo que rehúsa ambicionar cualquier cosa que desborde la frontera de lo básico: “Los sueños pueden ser dolorosos, de modo que nos atamos al poste del instante, donde las palabras y las risas brotan de la taza de café, del humo del cigarro, de una broma privada…” (pág. 96).
Especialmente conmovedora resulta la relación del autor-paciente con sus compañeros de hemodiálisis, rivales en la lista de espera de transplantes con quienes distrae la soledad y que constituyen un caleidoscópico muestrario del mundo: el narcotraficante, el bravucón despótico, la sufridora abnegada y bondadosa que muere con la misma paz que había vivido, la quejosa octogenaria, etc. A todos los acoge el autor bajo un manto de indulgencia, entendiendo que, si bien la enfermedad no exime de culpas, es una ocasión inmejorable para ejercitar la compasión, que no es otra cosa que la capacidad de ponerse en el lugar del otro. Y a ese esfuerzo se suma el lector, irrevocable enfermo del mañana.
Al otro lado del arco sanitario se encuentra el gremio médico al que el autor, como no podía ser de otra forma, evalúa con resultado desigual: la enfermera cariñosa y próxima o los profesionales que, también comprensiblemente, guardan las distancias para no padecer el mortificante síndrome de empatía cuando cuelgan la bata al terminar su jornada para regresar a casa.
Pero no se predisponga nadie a deprimirse. El escritor de talento que es este navarro hace uso de un reconfortante sentido del humor para conjurar el drama. Destacamos el pasaje en el que analiza las distintas coloraciones de la orina del enfermo renal haciendo uso del argot exquisito de los enólogos.
A lo largo del Diario, Gracia Armendáriz va diseminando una guía literaria con grandes nombres de la patografía universal: La montaña mágica, de Thomas Mann, La muerte de Ivan Illich, de Tolstoi, Elegía, de Philippe Roth, y acá en el solar patrio el estremecedor Mortal y Rosa, de Francisco Umbral o Diario de un artista seriamente enfermo, de Gil de Biedma. Y es que es asombroso “cuántas perlas brillantes se encuentran en el fecundo nacedero de la enfermedad (p.116)”.
Título: Diario del hombre pálido | Autor: Juan Gracia Armendáriz | Editorial:Demipage | Páginas 224 | Precio 18€
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Conviene advertir en primer lugar que estamos ante un texto autobiográfico, que el autor es verdadero protagonista de cuanto anota en las 169 entradas de este diario. Su dura experiencia como enfermo renal trasciende a bello texto literario, a íntima patografía –así designa él mismo su particular aleación entre enfermedad y literatura- en la cual la insuficiencia renal crónica, las esclavizantes sesiones de hemodiálisis y la ilusión de un transplante se convierten en lente microscópica que redimensiona el mundo y sus urgencias. El futuro cabe en las inminentes veinticuatro horas que el paciente tiene por delante, y la existencia se impregna de un saludable estoicismo que rehúsa ambicionar cualquier cosa que desborde la frontera de lo básico: “Los sueños pueden ser dolorosos, de modo que nos atamos al poste del instante, donde las palabras y las risas brotan de la taza de café, del humo del cigarro, de una broma privada…” (pág. 96).
Especialmente conmovedora resulta la relación del autor-paciente con sus compañeros de hemodiálisis, rivales en la lista de espera de transplantes con quienes distrae la soledad y que constituyen un caleidoscópico muestrario del mundo: el narcotraficante, el bravucón despótico, la sufridora abnegada y bondadosa que muere con la misma paz que había vivido, la quejosa octogenaria, etc. A todos los acoge el autor bajo un manto de indulgencia, entendiendo que, si bien la enfermedad no exime de culpas, es una ocasión inmejorable para ejercitar la compasión, que no es otra cosa que la capacidad de ponerse en el lugar del otro. Y a ese esfuerzo se suma el lector, irrevocable enfermo del mañana.
Al otro lado del arco sanitario se encuentra el gremio médico al que el autor, como no podía ser de otra forma, evalúa con resultado desigual: la enfermera cariñosa y próxima o los profesionales que, también comprensiblemente, guardan las distancias para no padecer el mortificante síndrome de empatía cuando cuelgan la bata al terminar su jornada para regresar a casa.
Pero no se predisponga nadie a deprimirse. El escritor de talento que es este navarro hace uso de un reconfortante sentido del humor para conjurar el drama. Destacamos el pasaje en el que analiza las distintas coloraciones de la orina del enfermo renal haciendo uso del argot exquisito de los enólogos.
A lo largo del Diario, Gracia Armendáriz va diseminando una guía literaria con grandes nombres de la patografía universal: La montaña mágica, de Thomas Mann, La muerte de Ivan Illich, de Tolstoi, Elegía, de Philippe Roth, y acá en el solar patrio el estremecedor Mortal y Rosa, de Francisco Umbral o Diario de un artista seriamente enfermo, de Gil de Biedma. Y es que es asombroso “cuántas perlas brillantes se encuentran en el fecundo nacedero de la enfermedad (p.116)”.
LALE GONZÁLEZ–COTTA
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Yo me lo estoy leyendo y me esta fascinando.Ademas va acorde con un proceso hospitalario que acabo de sufrir, una amputacion de un dedo.Os lo recomiendo