Si tuviéramos que explicar de qué van las novelas de Thomas Pynchon, podemos afirmar que todas ellas son “representaciones” del mundo contemporáneo: un mundo en el que cualquier tipo de identidad se vuelve extremadamente dudosa, la ciencia se vuelve una disciplina esotérica y a veces aterradora y los individuos se ven sometidos a la presión asfixiante de las grandes estructuras empresariales y estatales (no por nada, George Orwell es uno de los escritores favoritos de Pynchon, que parece dudar que no vivamos realmente en una sutil versión disneylanesca de 1984).
Y, en concreto, Contraluz, ¿de qué va? A lo largo de más de mil oceánicas páginas ambientadas a finales del siglo XIX e inicios del XX, hay varias líneas argumentales, entre las que destaca un irreprochable western protagonizado por los cuatro hijos, tres varones y una chica, de un minero anarquista Webb Traverse, asesinado por un par de matones al servicio de un magnate. Mientras que ella se vincula sentimental y sexualmente con uno de los asesinos, la venganza de los restantes Traverse se prolongará a lo largo de varias décadas y continentes.
Pero, además de sus andanzas, encontramos a aeronautas cuyas aventuras son recogidas en folletines, espías de turbulentos apetitos sexuales, matemáticas con vocación de femme fatale, las intrigas políticas de una época en la que Europa era poco menos que un polvorín a punto de estallar, la mística Shambala en el corazón de Asia, incluso el famoso incidente de Tugunska, incluso piojos parlantes y adictos a la sangre humana, viajes por el subsuelo terrestre y un perro gourmet… Si alguna de estas cosas (o mejor aún, todas ellas) son de su interés, no dejen de perderse en esta obra.
Los que ya son adictos a sus novelas tal piensen que sus últimas obras –Contraluz, Mason & Dixon– son más líricas, amables y convencionales (los buenos son unos chicos estupendos, los malos una gentuza de la peor ralea) que las iniciales y apocalípticas V o El arco iris de la gravedad, que el último acto de la venganza de los Traverse resulta algo desvaído, que aunque las páginas finales son muy bellas se echa en falta algo más. Y tal vez estén en lo cierto. Pero no es menos que verdad que un párrafo al azar de la última novela de este genial setentón es más original, vanguardista y muchísimo más divertido que mil “nocillas”.
José Martínez Ros
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