Klaus, después de un exilio en París, Amsterdam y Nueva York se nacionalizó americano y entró en Munich con los aliados en el 45. Pero una vez acabada la guerra, la perspectiva de la guerra fría y la situación internacional lo sumieron en una profunda depresión de la que no salió: se suicidó en Cannes con somníferos, cuando tenía cuarenta y dos años. Había vivido demasiado deprisa y demasiado intensamente, quizás. La idea del suicidio estuvo latente en él desde la infancia, al menos se trasluce en algunos párrafos del libro.
En Hijo de este tiempo, publicada cuando tenía veinticinco años, (edad en la que su padre publicó Los Buddenbrook) nos cuenta su infancia y primera juventud, en un relato casi exhaustivo de anécdotas, actividades y emociones, incluyendo poemas, trozos de obras teatrales, textos diversos de los que fue lanzando al mundo en su carrera contrarreloj hacia la muerte. No cuida demasiado el estilo, lo que le interesa es contar sus impresiones, sus recuerdos, hacer memoria.
Y entramos de su mano dentro de la familia Mann, gobernada la casa por la madre, Katia, nacida Pringsheim. De padres judíos convertidos al protestantismo, de familia acomodada como los Mann y de similares inquietudes intelectuales, Katia proporciona al escritor estabilidad emocional, seguridad económica y todas las facilidades para que se consagre sin distracción a su obra. Tienen seis hijos: Erika, Klaus, Golo, Monika, Lisa y Michael. Klaus nos habla de los años de su infancia, los abuelos maternos Offi y Offei, las tatas, niñeras, criadas y cocineras, los perros, en fin, todo un mundo que podo a poco se fue recortando cuando tuvo lugar la I Guerra, que Klaus y su larga colección de hermanos percibían sólo como un telón de fondo, de conversaciones en segundo plano, y cuyos principales efectos se traducían en una variación sustancial en las comidas, en la ropa, en las comodidades y en el número de sirvientes en la casa. Como todas las familias numerosas, crearon un espíritu de clan, y, dirigidos por Erika (la mayor) y Klaus, que eran uña y carne, se dedicaban a todo tipo de actividades, juegos y travesuras que a veces sobrepasaban los límites de lo adecuado, y tenían en jaque permanente a sus padres.
Es muy curioso cómo Klaus rememora la situación de los primeros años de la guerra, vivida entre sus ocho y sus doce años: “Nos confirmaron que nos atacaban por todas partes. Francia quería que le devolviéramos no sé qué que antaño le habíamos quitado por buenas razones. La infame Inglaterra temía a nuestros hábiles comerciantes. Por suerte, Italia permanecía neutral. (…) De pronto, dejó de haber postre. (…) Por las noches, rezábamos por el tío Heinz, el tío Vicko, el tío Peter de Australia y todo el ejército. Dios mío, concédenos la victoria…” En breve tiempo no había dinero para zapatos y los chicos Mann iban por la calle en zuecos o descalzos. Dos hechos en esa época le impactaron muchísimo: una serie de apendicitis encadenadas en la familia: la madre, dos de sus hermanos y él mismo, que estuvo al borde de morir por peritonitis, en 1915. Y hacia 1918, un feo asunto con una de las criadas más antiguas, Affa, considerada como de la familia y querida por todos, de la que se descubrió que llevaba años robándoles, y que, tras ser despedida y llevada a juicio, no sólo lo ganó sino que sus padres incluso temieron que les lincharan. En esa época, vivían en Munich y el público en general les consideraba como extranjeros, como peligrosos intelectuales burgueses y se pusieron en bloque del lado de la delincuente, sólo porque era una trabajadora bávara, cuidó muy bien su aspecto y les acusó de maltrato. Klaus relata todo ello con gran pena: alguien a quien amaban les había traicionado: nada era firme.
Y al parecer, nada siguió firme en su interior, salvo la necesidad de moverse y no estar mucho tiempo en el mismo sitio: “Mi forma de ser, inquieta y fatalista, siempre me hacía tener que irme cuando todo parecía ir mejor: querer dejarlo todo cuando se está en el mejor momento, en el más excitante: la más absurda y la más hermosa pasión del quinceañero”. Así, entre su permanente pasión por la literatura, alternó el deseo de ser bailarín, actor teatral, intentándolo en repetidas ocasiones hasta que alguien le cortó de raíz las alas, mientras pasaba de un colegio a otro, de un tutor a otro, en un permanente caos de lecturas, aprendizajes varios, viajes, amistades, amores, y dudas existenciales. Y siempre, a la sombra del Titán, como le dijeron en una ocasión. “Se me juzga como hijo(…)Pero ¿es lícito escamotear sencillamente la problemática más amarga de la propia vida, que es al mismo tiempo la mayor obligación?”
Ariodante
Julio 2010
SINOPSIS
La presencia afectuosa de su madre, la mágica y distante de su padre, la compañía teatral que creó con su inseparable hermana Erika, el paso por diferentes colegios e internados, la toma de conciencia de la propia sexualidad, la reputación de enfant terrible en los inicios de su actividad literaria… Con gran delicadeza, Klaus Mann revive en Hijo de este tiempo (que se publicó por primera vez en 1932, cuando tenía veinticinco años) su infancia y su juventud y lleva a cabo un pormenorizado retrato de la vida cotidiana en Alemania durante la Primera Guerra Mundial y la República de Weimar. En estas páginas aflora también una cuestión que lo acompañaría a lo largo de su vida: ser hijo de un escritor como Thomas Mann y tener inquietudes literarias propias.
Título: Hijo de este tiempo | Autor: Klaus Mann | Editorial: Minúscula | Páginas 248 | Precio 15€