Todo esto lleva décadas en el mismo punto. Sin embargo, alguien mata a su perro Hobbes y sin alzar la voz, un mecanismo en el interior de Julius se dispara para dar salida suave y tranquilamente al Mr. Hyde latente que habitaba en él. Las sonetos de Shakespeare y los arcaísmos de ellos -que su padre le hacía memorizar- servirán de música de fondo a la venganza más tranquila que podamos imaginar.
Gracias a su autor se convierte en un relato sobre los peligros del aislamiento, la soledad, y lo lejos que se puede ir cuando no tenemos a nadie a nuestro lado para atemperar nuestras palabras. El libro refleja perfectamente el estado anímico de su protagonista el cual ‘no espera nada y por tanto, no sucede nada’. En medio de un espacio tan abierto como el descrito las distancias no tienen valor y el tiempo se detiene, simulando ser escenas intemporales, sin movimiento. Pero el engaño está hábilmente conseguido, en realidad estamos en una montaña rusa cuesta abajo que nos permitirá disfrutar de unos últimos capítulos sin aliento.
Los años juzgarán si este libro alcanza a ser un el clásico moderno que aspira a ser. Por ahora debemos decir que es un cuento memorable, una alegoría sobre la soledad y sobre el amor a la vida y a los libros maravillosa, que se distingue por la prosa magistral, curiosamente compuesta con una sensibilidad peculiar (no en vano su autor era poeta mucho antes que novelista) , y algo difícil de definir que muchas grandes obras de arte tienen: una especie de dignidad propia.. algo difícil de encontrar en medio del mundo literario actual.
RESEÑA DE LA EDITORIAL
La vida de Julius Winsome, en una remota cabaña de los bosques de Maine, ha acabado pareciéndose al paisaje que lo rodea: silencioso, aislado, insondable. Pero cuando su perro, Hobbes, muere a manos de un cazador, en un descuido o en un acto de crueldad, la discreta existencia de Julius, ya en la cincuentena, da un vuelco. Precisamente, Hobbes era lo único que le quedaba de un antiguo y fugaz amor. En adelante tendrá por toda compañía el viejo fusil familiar, con el que su abuelo luchó en la primera guerra mundial, y los numerosos libros que cubren las paredes de la cabaña. Porque la lectura no sólo le procura consuelo, sino también inspiración para convertirse en un «inventor de palabras», a imitación de su admirado William Shakespeare. Pese a todo, la melancolía en que le sume la muerte de Hobbes le llevará a acariciar la idea de vengarse.