Una tras otra Chejfec nos distribuye las piezas de un puzzle cuyo dibujo final desconocemos. Algunas piezas son de uno de sus mundos, el interior, el de “la inmovilidad, la espera y todas las situaciones relacionadas”, mientras las otras pertenecen al mundo de “las acciones y los intercambios con el prójimo” (127). Solo conocemos los límites y la figura del puzzle, un paseo por un parque en otra ciudad, en otro país, mientras el soliloquio le da forma. (más)
Puzzle: Juego que consiste en componer determinada figura combinando cierto número de pedazos de madera o cartón, en cada uno de los cuales hay una parte de la figura. De forma introspectiva, el caminante lanza al aire una pieza. No sabemos a que mundo pertenece. Es demasiado insignificante para ser tenida en cuenta. El monologuista la observa, la trata y decide. A veces la coloca en su sitio encajando con las reflexiones que ya conocemos; otras veces la gira, prueba, medita, la describe en detalle y busca en los indexados de su memoria los enlaces que la hacen única. Entonces, Chejfec triunfa; el pedazo gira, cobra vida, dimensión, espíritu, crece y se nos muestra en todo su esplendor. Nos deleita unos segundos con su prosa y al poco el proceso se revierte, y la magia desaparece, el autor la coloca en su debida ubicación y vuelve a seleccionar otra pieza-situación. Cómo realizar tan complejo entramado sin resultar cargante, cansado o pedante, es algo que resuelve con un notable alto Chejfec: su autocrítica destructiva, su caminar para no encontrar nada, su extremada modestia, su no servir para nada, todo eso nos permite estar tranquilos ante los inconvenientes imaginarios o reales del narrador, solo sentimos compasión y cierta ternura en su viaje interior a ningún sitio. La constante mesura en propio trato contrasta con los demas personajes, ni siquiera secundarios, a los cuales magnifica y engrandece, mira con lupa un saludo o su ausencia, un rastro en el suelo o unas risas, un observar sesgado o un error de fechas; incluso cuando se describe a sí mismo en boca de otro personaje, el anciano del banco, éste, su propio yo, es distinto, cultivado y tierno, afable y considerado, lo cual subraya aun más su poca autoestima.
La introspección psicológica del personaje y su nexo de unión a una situación concreta nos recuerda al Banville de El Mar, o a la definición no ya en primera persona sino en tercera que trata Loriga en su última novela. Sin embargo, nos sentimos mucho más cercanos a este hombre sin pretensiones cuya vida simplemente fluye.
Un triunfo por parte de Candaya hacer disponible en España tan difícil relato ejecutado con maestría por uno de los más firmes valores de la narrativa argentina actual.
La introspección psicológica del personaje y su nexo de unión a una situación concreta nos recuerda al Banville de El Mar, o a la definición no ya en primera persona sino en tercera que trata Loriga en su última novela. Sin embargo, nos sentimos mucho más cercanos a este hombre sin pretensiones cuya vida simplemente fluye.
Un triunfo por parte de Candaya hacer disponible en España tan difícil relato ejecutado con maestría por uno de los más firmes valores de la narrativa argentina actual.
Recomendada para quienes tienen esos dos mundos, quizás solo uno, el interior. Este tranquilo viaje con complejos a nuestro yo más íntimo, resulta gratificante y placentero por la regulación mental que produce en nuestra persona.
Web del Libro – Fragmento del libro
Título: Mis dos mundos | Autor: Sergio Chejfec | Editorial: Candaya | Formato: 19.5 x 14 cm. | Páginas: 128 | Género: Relato | Precio: 14 € | ISBN: 978-84-936007-6-1 –