(Barcelona, 1973) es, desde sus inicios, un narrador curtido en las más oscuras trincheras literarias (su pasión por H.P. Lovecraft y toda la narrativa gótica del XIX, la superstición, el victorianismo, el momento en el que Viejo y el Nuevo Mundo se confundían, se superponían, buscaban aliados aquí y allá, queda más que patente en cada uno de sus escritos), pero también, un narrador universal, por lo que tienen de singulares sus historias, que consiguen extraer de la realidad una parte para analizarla en un mundo paralelo, tan parecido al real que resulta incluso más real que el que pisamos. Curtido y respetado traductor (lo ha sido de Ted Hughes, Ezra Pound, David Foster Wallace, Chuck Palahniuk, J.M. Coetzee, Donald Ray Pollock y un largo e impresionante etcétera) y guionista ocasional (suyo es el guión de Remake, de Roger Gual), Calvo debutó como narrador en 2001, con la recopilación de lisérgicos relatos Risas enlatadas, a la que siguió su primera novela, El dios reflectante (2003). En 2005 volvió a los cuentos, con la brillante Los ríos perdidos de Londres, y dos años después publicó la novela que lo llevaría a organizar lecturas en librerías norteamericanas: Mundo Maravilloso. Traducida al inglés, el francés, el alemán y el italiano, y publicada, con un enorme éxito de crítica, en otros tantos países, la novela fue finalista del premio Fundación José Manuel Lara en 2008, y relanzó al autor, que sus contemporáneos habían vinculado sin su consentimiento a la llamada Generación Nocilla, situándolo en un nuevo escenario, el de la mejor y más personal narrativa española de los últimos años. En esa línea apuntaba su anterior trabajo, Corona de flores, novela en la que el espíritu zapping de sus primeras obras dio paso a un entramado dickensiano narrado con un envidiable (y siempre muy propio) pulso narrativo. Pulso con el que también está construido El jardín colgante, novela en la que Calvo alcanza una nueva cima en su narrativa, propia de un narrador en mayúsculas.