A la escritora inglesa Aghata Christie el lector no la encontrará en las historias de la literatura o en los estudios de los críticos, y a duras penas tampoco en el entorno de los autores del género detectivesco salvo como una lejana, inexcusable y caduca referencia. Y sin embargo, el número de aquellos que abren uno de sus imaginativos libros o ven alguna de sus adaptaciones televisivas o cinematográficas no ha dejado de multiplicarse, aunque cierta parte de la cultura oficial se haya olvidado de sus innovaciones narrativas, su versatilidad en diferentes terrenos literarios y, sobre todo, su gancho para saber contar una historia a un variado público, desde el que busca puro entretenimiento hasta el erudito que quiere dejarse atrapar por una sucesión de misterios perfectamente urdidos.
Pensábamos que una obra tan comercial ya estaría por completo volcada al español, pero ve la luz estos días navideños un curioso libro, maravillosamente editado por Confluencias, que nos ofrece una Christie inédita: seis relatos y cinco poemas sobre la Navidad en un libro de 1965 del que su marido, el arqueólogo Max Max Mallowan, dijo: «Estos cuentos amables pueden ser categorizados con justicia como “historias sagradas de detectives”». Tal vez sea una descripción exagerada, pero algo de eso hay, pues encontramos una Christie que, a pesar de no verse impelida a crear tramas misteriosas, sí que aporta, con sutileza –a veces, en exceso–, lo que envuelve al enigma de la fe. Y qué misterio hay más grande que ése.
En “Estrella sobre Belén”, a mi juicio el mejor texto, un Ángel habla con María para regalarle la posibilidad de ver qué le depara el futuro a su hijo y ofrecerle la opción de si quiere que siga vivo o muera. En el breve “Un burro travieso”, surge la voz de un animal fugitivo que acaba en el Pesebre con María y José. En “El autobús acuático”, una señora misántropa que sin embargo realiza actos monetarios caritativos, en Londres, tomando un barco en el río, tiene un momento de felicidad interior. En “Un fresco atardecer”, se desarrolla una misa en la que una mujer, que presume de ser muy piadosa, suplica a Dios que la ayude, a lo que le sigue una inquietante escena familiar en su hogar. En “Promoción aprobada en las alturas”, la acción se sitúa en la Nochevieja del año 2000, y en paralelo vemos conversar a San Pedro con otros seguidores de Jesús. Por último, en “La isla”, las mujeres del lugar hablan del hijo santo de María, que se comunica con Dios, levita y camina sobre las aguas.
Todos los relatos, así, serán alegorías sobre el significado del sacrificio personal, sobre la misericordia de Dios, sobre el amor de los hombres al recién nacido, sobre la idea de que “siempre hay Esperanza”; con referencias indirectas a la Biblia y a la presencia del “que estuvo muerto y ha vuelto a la vida, el que vivirá por siempre. Amén”. Estamos frente
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a una Christie que en otras historias cortas ya había demostrado su interés por la espiritualidad y lo sobrenatural, como en el libro “El podenco de la muerte y otras historias” (1933), ya bajo la influencia de la labor arqueológica de su marido; frente a una Christie que había iniciado su andadura literaria, precisamente, con textos breves que fueron recogidos en el volumen de significativo título «Un dios solitario y otros relatos» (Círculo de Lectores, 1998), edición de sus siete primeros cuentos inéditos o publicados en revistas.
Con todo, la mirada hacia Oriente no era nueva para Agatha Mary Clarissa Miller, que, nacida en una familia de clase acomodada de Devon, al sur de Inglaterra, pudo conocer Egipto pronto, cuando su madre, viuda cuando su hija tiene once años, alquilen la casa en invierno y pasen ese tiempo en El Cairo y alrededores, con lo que pueden ahorrar dinero y retomar su vida social a la vuelta. Aparece entonces el piloto de aviación Archibald Christie, con el que Aghata se casa en 1915, cuando él combate en la Primera Guerra Mundial mientras ella trabaja como enfermera voluntaria en la farmacia de un hospital, experiencia que le será de gran utilidad para dotar a sus relatos cortos de un toque humano y sensible.
Pero si hemos de hablar de un misterio en la vida de la autora de «El asesinato de Roger Ackroyd» (1926) es el que nace a raíz de la infidelidad de su primer esposo con su secretaria. Ante la petición de divorcio, Christie se niega, y hundida en la tristeza, el 4 de diciembre de 1920 desaparece tras abandonar su coche en la carretera. El percance, recreado en la película «Aghata» (1979), que protagonizó Vanessa Redgrave, acaba cuando se la encuentra diez días después en un balneario, y el marido, esquivo, afirma que su mujer padece amnesia (se separarán al cabo de dos años). Christie seguirá escribiendo, ahora bajo seudónimo obras de trasfondo sentimental, al tiempo que realizará adaptaciones teatrales de sus relatos e irá volviendo a Oriente. Y allí “verá” cómo el polvo de estrellas sobrevuela todo: la fe, la culpa y el perdón, el amor al prójimo y a Aquel que nació un 25 de diciembre.