La chica del tren fue una de esas novelas que se convirtieron en fenómeno social. Su adaptación cinematográfica nos fijó en la memoria que esa chica tenía el rostro de Emily Blunt.
Esta no fue la primera novela de Paula Hawkins. En su haber ya contaba con cuatro más, pero curiosamente, estas estaban bastante alejadas del género que la encumbraría. Bajo el alias de Amy Silver, esta autora se dedicaba a la novela romántica.
Nacida en Rodesia del sur —actualmente Zimbabue—, se trasladó a Londres a los diecisiete años, estudiando en Oxford filosofía, política y economía.
Cuando se decidió a cambiar de registro, se embarcó en la escritura de la que sería la famosa La chica del tren, siendo tal su dedicación que tuvo que pedir un préstamo a su padre para poder subsistir hasta acabar la novela.
Afortunadamente la jugada le salió bien, consiguiendo un éxito casi inmediato continuando su carrera literaria sin abandonar ya el género negro. Posteriormente publicó tres novelas más. Dos de ellas cosecharon también un gran éxito: Escrito en el agua y A fuego lento.
Su cuarto libro, que llevaba por título Punto ciego, es para este que suscribe su trabajo más flojo, es por lo que tuve mis reticencias a la hora de abordar La hora azul. Me alegra reconocer que me equivocaba, ya que no solo creo que ha vuelto la Hawkins que nos cautivó, sino que me atrevo a decir que ha escrito su mejor historia hasta la fecha.
La autora nos traslada a una remota isla de Escocia. Se trata de una isla mareal, ya que cuando la marea está baja, es accesible a través de la carretera que la une a tierra firme. La propietaria de la isla era la fallecida artista plástica Vanessa Chapman, la cual legó su obra a la Fundación Fairburn.
Cuando en una de sus obras expuestas alguien detecta que un hueso que aparece es de origen humano, despierta todas las perspicacias, puesto que el marido de la artista desapareció en extrañas circunstancias años antes de la muerte de esta.
James Becker, trabajador de la fundación, será enviado por su jefe a la isla para arrojar un poco de luz al escabroso descubrimiento. Allí reside ahora Grace, una mujer solitaria que fue amiga y que cuidó a la pintora en sus últimos días.
Lo que parece una gran oportunidad por parte de Becker para conocer los sitios donde se inspiró su admirada pintora, se tornará en un siniestro juego relacionado con el pasado.
El libro comienza de forma sutil y con un lenguaje sencillo que nos va atrapando desde la primera página, volviéndose cada vez más adictivo a medida que nos sumergimos en la trama.
Que esté narrado en presente no es por capricho de la autora, puesto que el pasado tiene mucho que decir a lo largo de la historia, y esos pasajes serán narrados en pretérito, lo que hace que nadie se pierda en el camino. El recurso del diario personal de la fallecida artista también está muy bien manejado, porque a través de sus páginas llegamos a conocer al desaparecido personaje, no solo los hechos, sino sus miedos y pasiones. A esto también contribuirán esas misivas que seguirán desvelando relaciones anteriores cuyas consecuencias llegan hasta el tortuoso presente que dibuja Hawkins, dejando patente que el pasado tarde o temprano nos alcanzará por muy detrás que creamos haberlo dejado.
La atmósfera creada quita el aliento en sus últimas páginas. Se trata de esas novelas que si un director como Hitchcock —al que se le hace alusión en la contraportada de la novela— hubiera leído la novela, la habría llevado a la pantalla sin dudar.
Planeta presenta en tapa dura con estuche en un formato muy bonito esta novela que nos cautiva desde el principio, que de forma, aparentemente sencilla, nos va atrapando para dejarnos sin aliento hasta la última página.