Por: Fernando G. Fernández.
Recurrir a la nostalgia como motor creativo es, de un tiempo a esta parte, un recurso tan denostado por la crítica como valorado y agradecido por el público. Pero claro, cuando el componente nostálgico viene acompañado de ironía, crítica social, una factura impecable y humorismo fino, la cosa se ve de otra manera, y pasa de recurso a ser un elemento embellecedor que ayuda poderosamente a reforzar las ideas.
Steven Rhodes es un dibujante e ilustrador australiano que basa su trabajo en parodiar la falsa felicidad publicitaria y sus mensajes adoctrinadores, tomando como referente visual las impostadas imágenes de los años 80 en las que niños y niñas, preferiblemente blancos, con el pelo a tazón, pantalón de campana y camiseta manga ranglan con coloridas franjas horizontales, sonríen a cámara mientras disfrutan de las virtudes del producto que haya que vender en ese momento.
Rhodes crea icónicas ilustraciones —que pasarían perfectamente por imágenes de esa época, pero de una realidad paralela en la que la seguridad infantil y la protección de la infancia son conceptos aún por descubrir— en las que los niños conviven con prescripciones absurdas, recomendaciones nocivas y propuestas contra toda lógica y sentido común.
En Mi primer libro de ocultismo, recientemente publicado por Autsaider Cómics en español, se combina el terror y la estética retro de una manera única y divertidísima. Este libro ilustrado no solo captura la esencia de los años ochenta, sino que también ofrece un enfoque humorístico sobre el ocultismo y lo sobrenatural, evocando recuerdos de nuestra infancia y de las cosas que nos fascinaban, para darles la vuelta y convertirlas en un gozoso ejercicio gráfico sobre las locuras más insospechadas. Un híbrido de Los Goonies con Poltergeist dirigido por Kevin Smith.
La edición original de My Little Occult Bookclub, publicada por Chronicle Books, ha sido un gran éxito en Estados Unidos, y no es difícil entender por qué. Sus sorprendentes imágenes sacadas de un psicótico baúl de los recuerdos de videoclub, capturan a la perfección la esencia de una era en la que el misterio y lo sobrenatural dominaban la cultura popular.
Sin embargo, lo que hace que estas imágenes sean tan intrigantes es la desconexión entre su inocencia y las situaciones terroríficas en las que se encuentran: invocando demonios, contactando con alienígenas o realizando sacrificios humanos. Esta yuxtaposición genera una sensación de sorpresa y humor que es difícil de resistir.
Aunque libro aborda temas oscuros y terroríficos, lo hace desde un enfoque evidentemente humorístico. Steven Rhodes utiliza la ironía para parodiar la fascinación que la cultura popular ha tenido con lo oculto y lo extraño. El mimo por el detalle, que incluye las tipografías, la composición gráfica, vestuarios, peinados y atrezzo de la época, añade una capa de autenticidad que embelesa.
Por increíble que pueda parecer, Rhodes ha sido acusado de satanista y «de tratar de corromper a la juventud y destruir el tejido de la sociedad». En su país de origen, Australia, uno de sus distribuidores tuvo que retirar el producto de la venta por la presión de grupos religiosos. No es consuelo ver que este país no es el único en el que abundan grupos beligerantes carentes de sentido del humor y de imaginación, cosa que unida a la interpretación entre literal y torticera de los mensajes, tratan de cancelar cualquier voz que se salga de la formalidad más absoluta. Afortunadamente, ni Steven Rhodes ni sus editores se arredran ante estos aspavientos y podemos disfrutar de sus desquiciadas propuestas en castellano.