El cementerio de Venecia, de Matteo Strukul

Todo buen lector del thriller histórico debe conocer a Strukul. Famoso por su saga sobre Los Médici, de la que se siguen vendiendo cientos de miles de ejemplares por todo el mundo, como el resto de sus novelas, traducidas a 19 idiomas.

Buen narrador, engancha con sus historias gracias a que estas están habitadas de personajes reales que se cruzan con los creados por su mente, convirtiendo sus apasionantes historias en lo mejor del género. Novelista y dramaturgo, se licenció en Derecho y se doctoró en Derecho Europeo, también imparte clases en la universidad de Roma. Ganador del Premio Bancarella y director de importantes festivales literarios, nos preguntamos cómo tiene tiempo para la investigación exhaustiva para crear los emocionantes thrillers que se convierten en bestseller nada más salir publicados.

En su última novela nos traslada a la Venecia del año 1725. Nos encontramos con un joven pintor llamado Giovanni Antonio Canal, más conocido como Canalleto. El joven pintor, que por aquel entonces ya iba siendo conocido por sus paisajes urbanos, se hizo famoso por acabar sus obras in situ, y no en el estudio como era lo habitual, así como el uso de la cámara oscura con la que realizaba el encuadre de los paisajes. Estos elementos, el autor los utiliza dentro de la trama dando más realismo al personaje real usado, pero convertido aquí en protagonista e investigador involuntario.

El libro comienza con el descubrimiento de un cadáver por parte de un calderero desde su góndola. Nada extraño en la época, lo que llama la atención es que el cadáver parece ser de una hermosa joven de noble cuna a la que le han arrancado el corazón.

El joven Canaletto, cuya fuente de ingresos mayor por aquel entonces era pintar escenarios para óperas y que empezaba a ser reconocido por sus cuadros, en uno de sus últimos trabajos ha retratado el canal de los Medicantes, lugar mísero en el que ha aparecido el cuerpo mutilado de la muchacha, por lo que es convocado por el Inquisidor Rojo.

Advertido y amenazado abandona la estancia llamado esta vez a la presencia del Dux, magistrado supremo y máximo dirigente de la República de Venecia, del que recibirá una extraña petición. Ha de investigar los movimientos e idas y venidas de un sujeto que aparece en uno de sus cuadros acompañado de otros dos hombres.

No pudiéndose negar al encargo, se meterá de lleno en la investigación del comportamiento del sospechoso, cuyas pesquisas lo conducirán a descubrir una trama mayor e inimaginable que puede comprometer la estabilidad de toda la República.

Ya hemos encontrado otras novelas en la que un protagonista corriente se ve en la tesitura de tener que encargarse de una investigación que se le antoja lejana, pero precisamente por esa condición de pasar inadvertido es reclutado para el trabajo. Aquí el autor no es ningún anónimo a quien responsabiliza del peso de la acción. Se trata del personaje real de Canaletto, pintor reconocido, al igual que algunos de los personajes que lo acompañan, como puede ser Joseph Smith, que aquí ayudará en lo posible al pintor, y que en la realidad era su mayor cliente, mecenas y embajador de su obra.

Otro elemento de la realidad que utiliza Matteo Strukul es el uso que hacía el pintor de objetos relacionados con la óptica para sus obras, como la mencionada cámara oscura, o diferentes lentes de las que se abastece en la novela a través de la bella Charlotte, presentando aquí el elemento romántico.

Otros hilos secundarios nos mostrarán la crueldad de la epidemia de viruela que azotaba la ciudad por aquel entonces, de la mano de Isaac, doctor judío, mostrándonos las míseras condiciones de los ciudadanos y la impotencia de los médicos al enfrentarse a la enfermedad siendo, a veces, la moral de la época la causante por no dejar usar otros métodos en la lucha contra la epidemia. Viviremos el estigma de ser judío, imperando la dicotomía que los convertía en verdugos causantes de todos los males, al igual que los salvadores de las arcas del poder que no podían prescindir de sus impuestos.

Todo muy bien construido a base de capítulos cortos que provocan que la lectura sea rápida, y sus tramas adictivas, consiguiendo que la intersección de esos hilos secundarios queden perfectamente tejidos en su final. Su lenguaje también es claro, evitando grandes y engolados pasajes, cayendo todo el peso en la acción y los diálogos.

Lectura cautivadora que logra trasladarnos a las calles y canales de la mítica Venecia del siglo XVIII, que entre máscaras, callejones oscuros y grandes palacios nos advierte que detrás de cualquier esquina puede esconderse algún misterio.