Cuando a uno le toca reseñar obras de escritores de la talla de Cortázar se siente muy pequeñito, porque ¿quién soy yo para analizar y dar mi opinión sobre algo que ha escrito uno de los máximos representantes de la literatura universal?
Puede que a pesar de ser considerado como uno de los más grandes sea precisamente lo que eche para atrás a más de un lector que, por desconocimiento o por dejarse llevar por los prejuicios, no se atreva a entrar en el universo de este gran escritor. Debemos desterrar la idea de que clásico es sinónimo de aburrido.
Para todo aquel que aún no se ha decidido a sumergirse en su obra, Alfaguara se lo pone muy fácil gracias a estos dos tomos en los que reúne todos sus cuentos. El volumen de los tomos puede amedrantar, de entrada, al más lanzado de los posibles lectores. No os conduzcáis a engaño. Ya os digo yo que iréis avanzando por sus páginas sin apenas daros cuenta gracias al poder hipnóticos de los relatos que los componen. A quien descubra a Cortázar a través de esta colección, seguro que lo enamorará y será presa de su obra para siempre.
A la hora de catalogar a Cortázar existe debate en el que surgen términos como «surrealismo» y «fantástico». Ejemplo claro puede ser su relato titulado Una señorita de París, en el que un individuo «vomita hermosos conejitos». Esto que puede chocar tanto, esconde mucho más entre líneas. Y es que en la mayoría de sus cuentos surge la duplicidad de la personalidad. Esa dicotomía que nos define como humanos: la alineación del individuo ante la sociedad y de su yo íntimo; ¿quiénes somos realmente, la personalidad que exhibimos en público o la que solo nosotros conocemos? Lo bueno de este escritor es que si uno de sus cuentos nos puede parecer incomprensible, el siguiente nos llegará al corazón sin poder evitar que nos sintamos identificados por su contexto universal e inherente a todos nosotros.
Parte de su grandiosidad reside en esa forma de convertir lo normal, lo cotidiano, en algo extraordinario. A través de sus metáforas somos capaces de analizar aquello que forma tanto parte de nuestras vidas que se hace invisible ante los ojos de la cotidianidad. Convierte un gesto tan fútil como es ponerse un jersey, en una experiencia aterradora, haciendo que perdamos la perspectiva. Nuestras vidas, tan seguras, pueden dar al traste en solo un segundo. Lo peor es que el detonante puede ser lo más ínfimo perteneciente a nuestro día a día. Así de contundente es la literatura de Cortázar. Se mueve como pez en el agua en cualquier tema, sin prescindir de ese halo mágico que envuelve toda su prosa, por muy terrenal que sea el tema a tratar, intrínseco en su pluma.
Utilizando palabras, como si de madejas se tratara —robo y adapto una de las propias y perspicaces metáforas del propio autor— sus manos como erizos plateados que entretejen palabras componiendo intrincados e hipnóticos textos. Esa es la conclusión a la que llega el lector cuando a la prosa de Julio se enfrenta. Porque es magia lo que produce con el lenguaje, ya sea en cuentos extensos, o incluso en los denominados hoy día microrrelatos, porque así de dúctil vuelve al lenguaje, dándole forma a su antojo.
Se mueve con la misma comodidad entre cuentos largos como «El perseguido» o cortos como «Continuidad de los parques». Por todo ello, os podéis hacer una idea del maravilloso ramillete de historias que vais a encontrar en estos dos tomos. Desde historias tiernas como Los venenos, donde el despertar del amor a las puertas de la adolescencia nos retrae a historias con reminiscencia a la muerte del ruiseñor que aludía Harper Lee; cortas, reflexivas y poéticas como Historia, Eugenesía, Aplastamiento de las gotas… largas como El perseguidor, que se nos antojarán aún más extensas y desearemos que sean novela más que cuento.
Un mundo maravilloso en el que sumergirse y saborear cada cuento. Tomarnos estos dos libros con calma, sin prisas y paladear su contenido, para así embriagarnos de la prosa de uno de los más grandes de la literatura universal.