Seguimos acompañando a Maisie Dobbs, esta carismática detective, donde su acción se desarrolla en el periodo de entreguerras. Verdades incómodas es la cuarta entrega de esta entretenida y entrañable saga.
Jacqueline Winspear nos trae otro caso donde los involucrados siguen marcados por las traumáticas experiencias vividas durante la Gran Guerra, una contienda que marcaría la diferencia con guerras anteriores, en el mundo occidental, por la gran escala de destrucción, muerte y la incursión del nuevo y moderno armamento utilizado.
Esta vez acude a ella la señorita Bassington-Hope, la cual le solicita que investigue la muerte de su hermano, un prestigioso artista que ha resultado muerto tras la caída desde un andamio cuando montaba su última exposición. La policía ha cerrado el caso, puesto que todo señala que la muerte ha sido producida por la propia negligencia del pintor al subirse a la precaria estructura. Pero su hermana tiene motivos para sospechar que no se trata de un mero accidente, y que a su hermano lo han asesinado.
Al mismo tiempo, la vida de Maisie se vuelve más complicada, debiendo lidiar con los estragos de una sociedad marcada por el crack del 29, cuyos pilares de la sociedad más débiles siguen siendo los de abajo, los que acucian la falta de empleo y las ínfimas condiciones de vida en sus precarias viviendas. Todo ello personificado por su fiel ayudante Billy, al que afortunadamente no le falta un sueldo, gracias a la detective, pero que ni aun así escapa de las desgracias que acompañan a la escala social más vulnerable.
Su autora, como siempre, teje una trama en la que la diferencia con otras novelas, del mismo género, se sustenta en sus elaborados personajes. Winspear prioriza a las personas que forman parte del universo de la señorita Dobbs. Todos ellos tratados y creados con profundidad. Sentimientos que afloran y personalidades que sorprenden.
Otro aspecto que llama la atención de la narración es el lenguaje no verbal que utiliza. Al crear a una protagonista tan intuitiva, son de suma importancia los gestos y el lenguaje corporal que aparecen en la novela, dando información al lector sin necesidad de diálogos. Podríamos decir que su narración es muy visual.
Aunque en segundo plano, el caso que ha de investigar, sigue siendo la columna vertebral del relato, y lo que a primera vista parece simple, Jacqueline va desvelando capa tras capa del misterio que quien lee va conociendo lo mismo que su protagonista en todo momento. Por ello, sus giros finales resultan sorprendentes al no dar pie a que el lector se anticipe.
Pero lo que realmente nos enamora de esta saga es su tratamiento introspectivo que la autora emplea en su narrativa, esto conlleva a que su protagonista nos resulte tan humana.
Otra baza a su favor es la recreación y la ambientación del mundo de la suspicaz detective. Con breves descripciones nos traslada a los primeros años treinta. Por medio de sutiles trazos, la narradora hace que imaginemos ese característico vestuario de la época, los automóviles y medios de transporte, así como el aspecto de los paisajes urbanos y naturales en los que se desarrollan la novela.
Como en otras ocasiones que he hablado de esta saga, señalo de nuevo que no es necesario haberse leído las anteriores novelas para poder disfrutar esta, pero que es una pena que os perdáis la evolución de nuestra heroína, y de cómo ha llegado a ser la detective que es ya en esta su cuarta entrega.
Digna sucesora de grandes pioneros del género como Agatha Christie o Arthur Conan Doyle, Winspear nos devuelve el origen del policíaco de antaño, en la que los personajes resultaban más cautivadores que los misterios que debían desentrañar.