Una personalidad más propia del siglo veintiuno que de la primera mitad del veinte. Un ser que cuando el mundo se batía en su lucha contra el nazismo imaginaba escenas eróticas desde la cárcel de La Santé con oficiales alemanes y que cuándo defender a los argelinos, los negros y los palestinos era de segunda clase, estaba al pie del cañón.
Un hombre capaz de escribir sus mejores libros en la cárcel e incapaz de escribir en libertad. En él se dio la paradoja del oro, que es tan valioso por escaso. Así fue su obra literaria, cuando no tenía futuro ni puertas brotaba de un corazón hechido de orgullo y belleza, y, por contraste, cuando su oro abundó, el corazón se desinfló y no pudo soportar tanta belleza real.
Carne de suicidio constante, pero suicida flojo. Si hubiera muerto en la cárcel o al poco de salir sería un mito, pero su vida se fue apagando y sólo -paradójicamente, cómo no- las muertes de Chabra y Satila resucitaron su pluma en la composición de sus “Cuatro horas…” canto del cisne doloroso que preludió su cercana muerte.
Nos centraremos en su faceta de luchador contracorriente, de perdedor sin futuro, de rara avis en un tiempo lejano. Comenzamos este especial con dos de las obras que la editorial Errata Naturae ha rescatado del autor francés, El niño criminal y El enemigo declarado, las cuales nos permiten conocer mejor a la persona y al escritor, para en los próximos días seguir con sus obras.