Dicen que la gente lee para vivir otras vidas, para ponerse en la piel de otras personas y hacer cosas que nunca hará porque no puede o porque no se atreve. Y que ahí está la magia de la literatura, lo que engancha, lo que hace que queramos seguir leyendo. Yo, después de muchos libros leídos, he llegado a la conclusión de que esto es verdad, pero otras veces ocurre totalmente lo contrario: uno lee porque sabe que no es esa persona que sale en el papel. Que, cuando se cierre el libro, los personajes se quedarán en su interior para siempre.
Y esa teoría se ha ido fraguando con el paso de los años, y libros como el que os traigo hoy me ayudan a reafirmarme en ella. El libro en cuestión es No me llames olvido y está escrito por Ruth Utande. Se compone de varios relatos breves cuyos personajes son independientes y nada tienen que ver los unos con los otros. Bueno, una cosa sí que tienen en común, y es la vida. La vida que pasa por ellos y arrolla, machaca, destroza y a veces siembra cosas a su paso. Si algo tienen en común estos personajes es que nada pueden hacer para cambiar ese destino que les ha sido creado para ellos. Da igual si son buenas personas, si son malas, si se han portado bien o mal, si se lo merecen o no, pero la vida pasa como pasa por todos y lo hace sin miramientos.
Tengo que decir que su comienzo ha sido para mí como una bofetada en la cara. No sabía qué esperaba de este libro, sinceramente. No tenía una idea preconcebida y por lo tanto no sabía lo que iba a encontrar en su interior. Por eso, quizás, tampoco esperaba yo nada en concreto, lo que me ha hecho abrir el libro sin ninguna pretensión y dispuesta a dejarme llevar por lo que la autora tuviera que contarme. Y cuál fue mi sorpresa al encontrarme ese primer relato. Un relato que me destrozó de pies a cabeza y no dejó un trocito de mí que no estuviera consternado. Me encantaría contároslo, deciros con pelos y señales lo que pasa durante sus breves líneas, pero eso rompería todo el encanto de este libro y de esta reseña. Así que no lo haré, no os preocupéis. Pero sí que diré que ese relato es el que hizo que continuara, y que continuara con ganas y con intriga por saber qué más tendría Ruth para ofrecerme.
A decir verdad, ese primer relato es el que más me ha marcado, pero ha habido otros que también me han llegado a la fibra. Aquí se habla de maltrato, de muerte, de drogas, de pérdidas, de desilusiones, de desamor. Pero a veces también se habla de esperanza, de lucha, de pasión y de recuerdos. Y podríais pensar que tantas cosas no pueden caber en un libro de unas ciento veinte páginas, pero yo os digo desde ya que sí que es posible. Y esto se debe a que en cada relato, como decía antes, encontramos a un protagonista diferente que tiene mucho que contar. Esto permite que cada uno viva unas cosas diferentes al anterior personaje.
Y esto hace, como no podía ser de otra manera, que cada relato llegue más o menos al lector. Pero lo bonito de esto, de encontrar historias tan variadas, es que cada lector se va a hallar en alguna de ellas inevitablemente. Y estoy segura de que las que me han marcado a mí quizás no te lleguen a ti, futuro lector, porque tú tendrás tus vivencias y tus creencias, tu pasado y tu presente, que en nada se asemejará al mío. Y ahí es donde encontramos lo que yo llamo «la ilusión de la narrativa breve», porque nos permite a cada uno leer el mismo libro e interpretarlo de una forma distinta. Y es normal, y es lo bonito al fin y al cabo.
También hay una cosa que quiero destacar y es que la voz narrativa de los relatos no es la misma. Encontramos relatos contados en tercera persona y también en primera. Eso también hace que las historias lleguen de manera distinta a los lectores. A mí siempre me ha parecido que empatizo mucho más con los libros que están contados en primera persona, porque me gusta que los protagonistas cuenten lo que están viviendo desde su propio punto de vista. Pero también es increíble cómo he llegado a empatizar en este libro con los relatos contados en tercera persona. Quizás porque, al verlo desde «arriba», yo misma iba sacando mis conclusiones y mis teorías y el bofetón que se pega el personaje es el mismo que me pego yo cuando me doy cuenta de que no he acertado.
Porque sí, porque yo soy optimista y siempre creo que el destino tiene augurado para nosotros la mejor de las opciones. Pero no siempre es así. Por eso leer No me llames olvido, de Ruth Utande, ha sido algo desgarrador, porque me he dado cuenta de que la vida al final hace lo que quiere con nosotros y que en este juego que es el destino siempre se guarda un as bajo la manga. Menos mal que he cerrado el libro y lo he guardado en la estantería. Al menos me queda ese consuelo.