Fleur Jaeggy: «Duración de la lectura: aproximadamente una hora. Duración del recuerdo, y de la autora: el resto de la vida»: Sus mejores obras reeditadas

«Duración de la lectura: aproximadamente cuatro horas. Duración del recuerdo, y de la autora: el resto de la vida.» Iosif Brodsky (sobre Los hermosos años del castigo)

Fleur Jaeggy, premio Gottfried Keller 2024 y Grand Prix de la Literatura Suiza 2025, nació en Zúrich, vivió en Roma y París, y en la actualidad reside en Milán. Figura internacionalmente reconocida, sus obras han sido traducidas a numerosas lenguas. Es autora de las novelas El dedo en la boca (1968), El ángel de la guarda (1971), Las estatuas de agua (1980), Los hermosos años del castigo (1989, Premio Bagutta 1990, Premio Bocaccio Europa 1994) y Proleterka (2001, Premio Vailate Alderigo Sala 2001 y Donna Città di Roma 2001, Premio Viareggio 2002 y Libro del Año 2003 por el Times Literary Supplement), así como de los volúmenes de relatos El temor del cielo (1994, Premio Moravia 1994) y El último de la estirpe (2014, Premio Giuseppe Tomasi de Lampedusa 2015).

Proleterka

Proleterka de Jaeggy, Fleur

Un viaje a las emociones más ocultas y, quizá, también a la tierra de los muertos.


«Su prosa se asoma a lugares que están ahí, pero no podemos ver. Es desasosiego, pero también es maravilla, aunque una maravilla oscurísima.» Laura Fernández, El País
«Una escritora maravillosa, brillante, salvaje. La admiro profundamente.» Susan Sontag
«Profundamente turbadora, obstinada en sus temas, con personajes que alternan un cruel nihilismo y un falso candor infantil, un instinto de huida de la vida normal y de las reglas asfixiantes de lo cotidiano, así es Fleur Jaeggy, cuyo nombre es comparable a los de la brasileña Clarice Lispector y la alemana Ingeborg Bachmann, las autoras posiblemente con una obra más potente y original de la segunda mitad del pasado siglo.» Mercedes Monmany, Abc Cultural
«Deliciosamente maligna y a todas luces distinta.» Enrique Vila-Matas
«Es de esas escritoras que cuentan las cosas que un lector se calla a sí mismo.» Matías Serra Bradford, Revista Ñ (Clarín)

A bordo del Proleterka, un barco de nombre eslavo y con una estrella roja en la chimenea manchada de óxido, un grupo de respetables turistas de habla alemana emprende un crucero hasta Grecia. Entre los pasajeros, un hombre, que cojea levemente, y su hija, que todavía no ha cumplido los dieciséis años. Padre e hija son dos completos extraños. Durante el viaje, la hija querrá saber más de esa persona de la que lo ignora todo, pero además ansía descubrir algo que también desconoce: la vida en sí misma, y el Proleterka es el lugar destinado para su iniciación. Pasados los años, aquel crucero se convertirá en un viaje a la tierra de los muertos, entre aquellos seres que «tardan en salir al encuentro de uno» y «llaman cuando notan que nos hemos convertido en presas y es hora de ir a la caza».

El ángel de la guarda

El ángel de la guarda de Jaeggy, Fleur

Un mundo suspendido en el tiempo, pero a punto siempre de la catástrofe.

En un lugar impreciso de Inglaterra, Jane y Rachel, dos niñas que parecen surgidas de una fotografía de Lewis Carroll, conversan bajo la mirada perpleja de su tutor, Botvid, quien, más bien, cumple la función de sirviente. Arrogantes, severas y melancólicas, viven voluntariamente recluidas en un ambiente opresivo y alejado del mundo. Las cosas cambian ligeramente con la aparición de cierto ángel de la guarda, mientras las semejanzas entre ambas se acentúan a toda velocidad: es como si la Alicia de Lewis Carroll, en vez de cruzar el espejo, estuviera obligada a verse reflejada sin cesar en otra persona. Abocadas las dos hermanas a la catástrofe, ésta nunca llega: su mundo parece estático, suspendido en el tiempo, ajeno a todo. Un reino de las maravillas ficticio y delirante.

El dedo en la boca y Las estatuas de agua

El dedo en la boca y Las estatuas de agua de Jaeggy, Fleur

Dos novelas con las que la autora de culto Fleur Jaeggy inició su andadura, reunidas en un volumen.

«Una escritora maravillosa, brillante, salvaje.» Susan Sontag

«Fleur Jaeggy va siempre a lo esencial y, como si tuviera bien aprendida la involuntaria lección de Kafka, consigue muchas veces en una sola página, y a veces en una sola línea, que se haga visible de golpe, a modo de repentina revelación, la estructura desnuda de la verdad.» Enrique Vila-Matas

«Profundamente turbadora, obstinada en sus temas, con personajes que alternan un cruel nihilismo y un falso candor infantil, un instinto de huida de la vida normal y de las reglas asfixiantes de lo cotidiano, así es Fleur Jaeggy, cuyo nombre es comparable a los de la brasileña Clarice Lispector y la austriaca Ingeborg Bachmann, las autoras posiblemente con una obra más potente y original de la segunda mitad del pasado siglo.» Mercedes Monmany, Abc Cultural

«Es de esas escritoras que cuentan las cosas que un lector se calla a sí mismo.» Matías Serra Bradford, Revista Ñ (Clarín)

Presentamos reunidas en un solo volumen dos de las novelas con las se dio a conocer Fleur Jaeggy, dos narraciones que anticiparon su universo personal, su literatura insobornable. La protagonista de El dedo en la boca se llama Lung L. y no tiene más de veinte años; ha pasado un tiempo en una clínica, le gusta ir en tren y dar paseos en plena naturaleza; parece a la vez cruel y vulnerable; en ocasiones, mientras se chupa el pulgar, una costumbre que no abandona, con la otra mano atrapa en el aire vestigios de la memoria, recuerdos donde se entrecruzan su primo Felix, su padre, una enfermera y personajes cuya presencia puede evocar como en un sueño. A su vez, el joven que protagoniza Las estatuas de agua, llamado Beeklam, se rodea de un criado, de soledad y de estatuas en su sótano de Ámsterdam, pero quizá un día salga a la luz y encuentre su doble en Katrin, una niña que no tiene prisa por llegar a ninguna parte, como si supiera que su vida discurre, en realidad, en otro lugar.

Los hermosos años del castigo de Jaeggy, Fleur

En el Bausler Institut, un internado femenino situado en el cantón más retrógrado de Suiza, el Appenzell, se respira una densa atmósfera de cautiverio, sensualidad inconfesada y demencia. En estos parajes por los que paseaba el escritor Robert Walser, y donde se suicidó tras permanecer treinta años en un manicomio, se desarrollan la infancia y la adolecencia de la narradora, quien las rememora desde la madurez. En ese colegio imaginario que permanece, transfigurado, en la memoria, la narradora se sentirá irremediablemente atraída por la «nueva»: hermosa, severa, perfecta, figura enigmática que parece haberlo vivido todo, y que le deja entrever algo a la vez sereno y terrible. El estilo lacónico y terso, casi punzante, la sagacidad de las reflexiones más sutiles, subrayan la intensidad de esta historia implacable. Hacen vibrar una cuerda secreta en ese mundo desvinculado de la realidad, en que la vida se ha visto «pasar por las ventanas». Entre el desconcierto, la atracción y el temor, una insólita emoción trastoca al lector, como si en el centro de un jardín bien cuidado viera cómo se desata una vorágine.