Dinero para los muertos, de Andreu Martín

Siempre que reseño una novela de Andreu tengo que reincidir en mi agradecimiento, puesto que fue gracias a él por lo que hoy día soy lector. Fue a través de su novela Todos los detectives se llaman Flanagan que me enganché a esto de la lectura en general, al género policíaco en particular.

Creo que esta obra juvenil ha sido el libro que más veces he leído, acudiendo a él incluso a día de hoy, cuando ya lo juvenil me queda bastante lejano.

Desde la publicación de aquella emblemática saga —que escribió junto a Jaume Ribera—, han sido muchos los libros escritos por este prolífico maestro del género policíaco.

Sus orígenes están dentro del tebeo. Ya apuntaba maneras cuando muchas de sus historietas estaban protagonizadas por el flemático detective Sir Tim O´Theo. Pero no solo escribió para Raf, también guionizó para innumerables y prestigiosos dibujantes.

En cuanto a libros se refiere, no sé qué autor ostentara el récord de obras publicadas, pero quizás los del famoso libro de logros excepcionales, tendrían que echar un ojo a la interminable lista que Andreu Martín tiene en su haber:

Más de treinta libros infantiles; otros tantos juveniles, sin contar los trece protagonizados por el nombrado Flanagan; con sus series para adultos lleva más de cincuenta, todo ello sin contar guiones para cine y televisión. Una locura para quien quiera leer todo lo publicado por este señor. Una tarea que se antojaría tan titánica como apasionante y entretenida gracias a ese estilo tan particular en el que hila tan fino gracias a su pluma mordaz y, a menudo, cargada de mala baba.

En Dinero para los muertos, nos encontramos con un Andreu más sobrio de lo que nos tiene acostumbrados. En ella nos narra los hechos desencadenados a partir del robo de un banco a través de un butrón, que como consecuencia dejará un camino repleto de ladrones asesinados.

Todo comienza con la muerte del afamado periodista de sucesos Rafael Larraz. Su hija descubrirá entre sus pertenencias una novela inacabada.

A medida que la lee, descubrirá que no se trata de una obra de ficción, puesto que los datos relatados tienen relación con un robo acontecido hace décadas. A través de esta historia, descubrirá hechos del pasado que no solo tendrán que ver con su desaparecido progenitor, sino que también ciertos hechos marcaron su propia historia y la de la familia.

Andreu demuestra una vez más ser un maestro de la prosística. Mediante el recurso del doble narrador, nos expone la historia desde el punto de vista de ambos protagonistas.

Por un lado tenemos al propio Rafael Larraz, el periodista que se verá envuelto en la vorágine del caso, lo que le hace ir, gracias a sus contactos y devaneos, un paso por delante de la policía, convirtiéndose en un valioso colaborador.

Por otra parte, seguiremos los hechos también de la mano del inspector de policía Francisco Largo, encargado de la investigación del robo, que se verá condenado a contar con el ansioso periodista si quiere resolver el caso.

Dos narradores tan distintos como las fuentes que Martín asigna a cada uno. Al primero, periodista, la asignada —dotando de mayor realismo al manuscrito encontrado por su hija— es la Courier típica de máquina de escribir, la usada antes de que los ordenadores lo dominaran todo. Pero no es al azar esta elección, puesto que refleja la propia personalidad del protagonista. En primera persona nos desvela esa narración precipitada, visceral que actúa sin recapacitar. Mientras, el otro narra en pretérito, pausado, comedido, cuyos hechos ya transcurrieron dotando de control al mismo como el uso de esa fuente más moderna, más pulcra.

Otro acierto por parte del autor es situar la trama en una ciudad como Castellón, donde, como dicen sus propios personajes, nunca pasa nada, por lo que llama tanto la atención todo lo que está ocurriendo y que parece venir grande a los superiores de Largo. La ciudad se convierte en un personaje más de la novela.

La historia nos engancha desde le primer momento, pero quizás he echado en falta esa ironía característica del Martín. La narrativa convence y la historia atrapa gracias a esa forma de contar, ateniéndose a los hechos, con ese estilo de crónica, evocándonos a la era dorada del periodismo, cuando la prensa tenía su encanto y los periodistas solo querían mostrarnos la verdad.