Casi cada día aceptamos documentos contractuales que nos obligan sin leerlos, un hábito que las compañías fomentan con textos ininteligibles y estrategias que juegan con nuestra prisa y falta de tiempo.
Ni los más amantes de la lectura pueden con los términos y condiciones que hay que aceptar para acceder a todo tipo de aplicaciones y servicios, que además periódicamente van actualizando, desalentando así cualquier tentativa heroica de hacer el esfuerzo de leerlos bajo el mantra de ‘solo hay que hacerlo una vez’.
Pero tranquilo, no eres tú son ellos, ya que están concebidos y presentados con el objetivo de desanimar su lectura, al margen de que intervengan también desde condicionantes psicológicos hasta una mera cuestión práctica: nuestra falta material de tiempo.
Con todo, para ser justos hay que resaltar que hay diferencias sustanciales según el caso, ya que no es lo mismo lo que se lleva leer las condiciones para poder disfrutar de un bono de casino 50 tiradas gratis que el contrato de Microsoft.
Documentos extensos con un lenguaje complicado que percibimos irrelevantes
Estos documentos son proverbialmente largos, sumando miles de palabras en abstruso lenguaje técnico-legal, que no es accesible ni para los lectores más curtidos. Son difíciles de entender y poco atractivos, en el fondo y en la forma, debido a que no se ofrecen ni mucho menos textos amigables para facilitar su lectura, más complicada todavía si la opción es hacerlo por la pequeña pantalla de un móvil.
Para desalentar aún más su lectura, interviene nuestra prisa por usar la app o el servicio, lo que se une a la percepción de irrelevancia de esos términos y condiciones que nos proponen aceptar, cuando de hecho en muchas ocasiones las compañías camuflan en los documentos aspectos perjudiciales para los usuarios.
Por ejemplo, se han aprovechado de las peculiaridades de la legislación estadounidense para introducir en los documentos cláusulas con la renuncia a demandarlas ante cualquier eventualidad, debiendo canalizar cualquier desacuerdo con ellas hacia el arbitraje, un proceso legal privado que va en detrimento de los demandantes.
Un caso que ha revelado bien a las claras lo que puede suponer esto, ha sido la petición inicial de Disney de desestimación de una demanda de homicidio por negligencia, porque el esposo de la víctima al suscribirse a Disney+ aceptó que no demandaría a la compañía, si bien ante la polémica generada esta dio marcha atrása la hora de esgrimir esta salvaguarda en los tribunales.
Aunque en Europa en general y en España en particular hay una legislación más garantista con los consumidores, lo cierto es cada día aceptamos términos y condiciones a ciegas sin ser conscientes de las implicaciones que pueden llegar a tener…
Otros factores que explican la tendencia
Además de las causas referidas, hay otros condicionantes que explican la aceptación sin leer de documentos que no dejan de ser contratos que nos obligan.
Estaría por una parte la costumbre social, ya que todo el mundo lo hace igual, así como la confianza en la marca cuando se trata de grandes gigantes conocidos por todos, si bien la inocencia a este respecto se está erosionando cada vez más.
Lo que no cambia es la desigualdad de poder entre las partes… Los requisitos de acceso son innegociables para el uso de la aplicación o el servicio, por lo que al no plantearse prescindir de estos se acaban aceptando sin leer unos términos y condiciones a los que tampoco cabe oponerse.
Además, las compañías hacen bastante para que nos los saltemos, ya que al margen de la sobrecarga de información, estarían el diseño de interfaces que lo propician o el uso de casillas rápidas que facilitan el marcado de confirmación de lectura.
Todo ello acaba propiciando que aceptemos términos y condiciones casi de manera automática,, con lo que se normaliza una práctica en la que los usuarios renunciamos a derechos sin ser conscientes de a qué estamos realmente renunciando.