En estos tiempos la IA ha copado la actualidad. Parece que preocupa y entusiasma a partes iguales cuando nos plantea diferentes alternativas en un futuro inmediato. Los más pesimistas se cuestionan si el ser humano ha quedado obsoleto, y pronto tendremos sustituto en eso de ser la especie dominante. Los más realistas exponen que el problema radica cuando la mayoría de los profesionales deberán buscar otras actividades en las que emplear su tiempo y, en el peor de los casos, reinventarse para poder seguir pagando facturas. Otros ven alternativas y nuevos retos en esto de que las máquinas piensen y trabajen por nosotros.
Personalmente me posiciono con los segundos porque a mí lo que me preocupa no es que ciertas profesiones se extingan —esto ha ocurrido a lo largo de la historia con inventos y avances tecnológicos—, y que las IA pueda realizar labores más o menos mundanas, a mí lo que me alarma es que haya quien crea que el nuevo invento sea capaz de crear arte.
Ya ha surgido la polémica con algún cartel anunciante de eventos que ha sido creado por estas nuevas herramientas, prescindiendo de artistas gráficos. Este hecho sí debería preocuparnos, puesto que los responsables de este atropello quitan importancia a este lamentable hecho.
A estas personas que recurren a la tecnología en lugar de a un artista para crear, les recomendaría que se introdujeran en las páginas de Barbecho. No unicamente por que el tema tratado en este maravilloso cómic pueda ser una alegoría de lo que podría acontecer en el mundo del arte, donde dibujantes, ilustradores y pintores puedan estar representados por los pobladores que tan bien retrata David Sancho, y que ese pueblo sea el panorama desierto que deje la ausencia de estos creadores.
Esta metáfora no es más que una interpretación muy personal que yo me permito el lujo de exponer, puesto que Barbecho no encierra tanto subterfugio, resultando más terrenal de lo que planteo puesto que lo que David Sancho nos muestra es esa España vacía, donde en un pequeño pueblo turolense transcurre la vida de sus habitantes. Campesinos que se nutren de su trabajo labrando las tierras y cuidando ganado. La obra refleja, con suma precisión, la evolución de sus vecinos y la propia población a lo largo de los años.
Seguimos cómo afecta el paso del tiempo a través de los ojos de Emilio, el último habitante de su pueblo. Él se niega a seguir el ejemplo del resto de amigos y familiares, que emigraron buscando una vida mejor.
Sus recuerdos nos trasladan hasta mediados de los años cincuenta del pasado siglo, cuando siendo solo un niño, compaginaba las clases con las labores del campo. Su vida transcurre a la vez que se transforma el pueblo que lo ve crecer.
A lo largo de los años vemos como no solo el pueblo evoluciona, también un país que parece tener prisa por cambiar, dejando rezagada a la pequeña población. A través de pequeños gestos, vemos como una dictadura da paso a una democracia, cambios de gobiernos entre avances de la tecnología, que traen maquinaría dejando obsoleta la mano de obra, pero que a la vez destruye empleo y hay que emigrar para poder seguir ganandose el pan en otros lares, ciudades donde la oferta no está tan restringida. Hechos que van dejando a Emilio cada vez más solo, él, que sigue tan arraigado a su tierra que no ve necesidad de abandonarla.
Todo esto lo refleja David Sancho en sus viñetas de forma tan exquisita y con una sencillez que resultan conmovedoras.
El manejo de los tiempos resulta impecable y en perfecta sinfonía, combinando el presente con un pasado en blanco y negro.
Viñetas que expresan tanto, conmovedora la conversación telefónica —antaño comunicación epistolar— de Emilio con su hermana, donde ella va narrando su día a día, cuyas palabras aparecen de fondo mientras vemos ilustraciones que en un principio pueden resultar hasta triviales, pero que nos dicen más que las propias palabra de su hermana, recorriendo fotografías antiguas, pasajes de viajes ya realizados y cuadernos de pasatiempos que esperan ser completados junto al bolígrafo que reposa a su lado. Nunca unas viñetas supieron narrar una vida sin ni siquiera reflejar a su protagonista.
Señalar también como el talento de este autor se manifiesta en el momento que seguimos los cables telefónicos desde el pueblo hasta la gran ciudad. Estos cables que son una suerte de cordón umbilical de un pueblo que fue origen de esas ciudades que los sustituyeron, provocando esa vejez y abandono de las ya obsoletas pequeñas poblaciones.
O esa ironía que expresa una pajarita de papel en una enrejada papelera subrayada con la palabra libertad en el aula de un colegio franquista; podría estar horas analizando cada detalle que refleja esta magnifica obra, pero son tantas y tenéis que descubrirlas por vosotros mismos.
David Sancho, con esta su primera obra publicada, ha ganado el XVII Premio Internacional de Novela Gráfica de la mano de Salamandra. Un premio justo y merecido que todo amante del noveno arte tiene la obligación de degustar. También aquellos que lo son del séptimo, la tienen, porque sus viñetas resultan perfectos planos cinematográficos que cuentan tanto con tan poco. Detalles, a primera vista nimios, que desvelan tanto.
Un cómic que rezuma nostalgia y melancolía. Un homenaje conmovedor y precioso a todas esas personas que tuvieron que abandonar su hogar pero que siempre lo llevarán en su corazón.